miércoles, 18 de marzo de 2009

Crónica canaria






Es viernes, son las diez de la noche y el galpón del predio ferial de Escobar, una construcción grande como una cancha de fútbol, está a oscuras. En un rincón, ocho hombres tratan, infructuosamente, de encender un tubo de luz violeta. A pesar de la penumbra, se distinguen jaulas y jaulas con pájaros que se mueven inquietos. Algunos gorjeos. La luz violeta se enciende, las aves se alborotan. El hombre que lleva el tubo empieza a caminar. Los demás lo siguen en silencio.

A pesar de lo que uno, a primera vista, pudiese pensar no se trata de fanáticos religiosos. No son, tampoco, seguidores a ultranza de un predicador del nuevo milenio, un exacerbado creyente de la llegada del anticristo. Son, sólo y nada menos, criadores de canarios verificando, con ayuda de una luz ultravioleta, que ninguno de los concursantes del 47ª Campeonato Nacional de la Federación Ornitológica Argentina (FOA) esté teñido.

Los canaricultores buscan que, en el mayor concurso de canarios del país, sus pájaros blancos sean lo más blanco posible. Para ello, en algunos casos, transgreden las normas que prohíben el uso de sustancias y utilizan químicos, perfumes, aerosoles, siliconas, pinturas, que alteran y aclaran el plumaje. Sin embargo, la luz violeta es infalible. Al canario de la segunda fila, cuarta jaula, le fosforescen, tenues, la cabeza y las patas. El que lleva el tubo se acerca. Los jueces observan atentos. Pero no. Falsa alarma. El ave no está pintada, no hay trampa, se puede seguir. “A ese no lo tiñeron, sino que se les fue la mano al lavarlo. Lo frotaron de más”, dice uno. “En Brasil, por algo así, te descalifican”, agrega otro. “Acá no”, indica un tercero.

Hace dos años, descubrieron trece canarios pintados. En 2007, fueron dos. Este año, por el momento, nadie hizo trampa. “Empezamos bien”, comenta el que lleva el tubo y apaga la luz ultravioleta. El predio ferial vuelve a quedar a oscuras.

CUESTION DE RESPETO

Es sábado, son las tres de la tarde y el galpón trina o, al menos, parece hacerlo porque está repleto de pájaros que reproducen un sonido denso, cerrado, agradable durante los primeros diez minutos. En este contexto sonoro y aturdidor, 55 jueces de todo el país califican a las aves.

El premio máximo del campeonato, en el que compiten más de 10.500 pájaros, es una copa. El segundo puesto obtiene una medalla. Ninguno de los dos recibe plata. Los organizadores cuentan que lo que se gana es prestigio, honor e, incluso, respeto. Sin embargo, aclaran, la victoria lleva al criador a aparecer en los primeros puestos del catálogo anual, a convertirse en el referente obligado a la hora de conseguir “buena genética”. Es decir: no ganás efectivo pero, durante el año, los pájaros te los compran a vos.

Los canarios pueden competir en color, porte (antes conocido como forma y postura) y canto. Luego, la categoría ornamentales e híbridos integra otro tipo de aves como cotorras, codornices, petirrojos, cardenales y palomas. Los pájaros concursantes fueron seleccionados en 60 competencias clásicas que se hicieron, durante junio, en distintas ciudades del país.

Frente a una de las mesas juzgadoras, Jorge de Jesús, encargado de un supermercado de Trenque Lauquen, espera ansioso el puntaje de sus dos canarios rojos. Habla de la dificultad de los aficionados para competir contra “empresarios de la canaricultura”. “Algunos invierten una barbaridad de plata”, dice y cuenta que “un buen canario de pedigree” cuesta entre $ 300 y $1.500, que una pareja de excelentes condiciones “no garantiza que la cría sea buena para competir” y que los mejores machos suelen ser los importados.

A nivel mundial, el miedo al contagio de la gripe aviar hizo que los países prohibieran el ingreso de animales vivos. Sin embargo, explica un criador que pide anonimato, no es difícil volver de Europa con aves escondidas en pequeñas cajas, ni comprar, aquí, canarios traídos de Francia o Italia.

Una anécdota que refiere el informante anónimo es la de un criador que, en febrero, fue detenido en la frontera con Brasil tratando de entrar 70 canarios. Los animales, retenidos por gendarmería, costaban cerca de $ 40.000. “Lo peor -–sugiere misterioso-- es que parece que fue una vendetta”

NERVIOS Y RELAX

Los canaricultores coinciden en que tratar con los pájaros, darles de comer, escucharlos, es una terapia relajante. A pesar de eso, dicen, los días previos al campeonato no se caracterizan por la tranquilidad. “Estás nervioso, preocupado por si los animales viajaron bien, o si alguno se murió en el camino –explica Marcelo Capellino, de General Pico, La Pampa--. En mi casa ya saben que estoy concentrado en eso. Si suena el teléfono y es para mí, ni me lo pasan”.

A su lado, Emilio Wiñak, de Trenque Lauquen, ganador de los últimos nueve campeonatos nacionales, confirma los dichos de Capellino y se jacta de haber bañado más de 400 pájaros en seis días. “No cualquiera puede lavarlos sin que se mueran”, dice convencido. Seguramente, tenga razón. Cuatro días antes de la competencia, con un cepillo de dientes, los canaricultores lavan las patas, el anillo y las alas de sus animales. Luego, con un hisopo húmedo, limpian las partes más íntimas y escatológicas de cada ejemplar. Por último, usan un algodón mojado en champú para las plumas de la cabeza, ésas que, cada vez que el pájaro come, rozan los alambres de la jaula.

A veces, esta pasión genera polémicas familiares. Antes de conocer a su esposo, Olga García no distinguía un cardenal de un petirrojo. Hoy, sin ser fanática, conoce del tema y ayuda en la crianza. “A nuestra hija, adolescente, también le gustan, pero ya amenazó con que el día que su padre se muera abre todas las jaulas”, dice.

Sobre el tema, un canaricultor de rulos y buzo negro resume: “la crianza tiene dos enemigos mortales, los gatos y las esposas”. Otro asiente con la cabeza y acepta serio: “Al final, le sacás tanto tiempo a la familia que ellos, para no odiarte a vos, terminan odiando a los pájaros”.

TRAMPAS Y CONOCIMIENTO

Para ser juez del campeonato nacional hay que saber y mucho. Hay que poder distinguir 497 colores de canarios, o conocer e identificar los distintos tipos de canto, o diferenciar en qué casos un pájaro, de cualquier especie, es un buen ejemplar y en cuáles no merecen puntaje. Por este motivo, los jueces suelen ser, al mismo tiempo, participantes del concurso. Sin embargo, por ética, se abstienen de calificar a sus propios ejemplares. Resumiendo: los que más saben están acá. Así, por más esfuerzo que ponga, es difícil que un tramposo no sea descubierto. Entre otras cosas porque, además de habilidad, necesita suerte y, esta vez, parece que no la tuvo.

Uno de los jueces, que además de criar fabrica anillos, ha descubierto doce canarios con los anillos limados. Estos pedacitos de metal identifican al ave: en ellos figuran la sigla de la federación, el número del socio, el del pájaro y el año.

Los anillos tienen tres milímetros de diámetro y se colocan a la semana de nacimiento del ave. Luego, la pata crece y ya no entran. “En vez de criar, compraron canarios adultos y les pusieron anillos adulterados para que pudieran concursar”, explica uno de los organizadores. Al rato se sabe, los doce pájaros pertenecen a la misma persona. La suspensión es inminente. El organizador, que comunica apesadumbrado la noticia, enuncia esa máxima que, no por repetida en años y años de uso, pierde validez: “Al competir aparecen las mejores virtudes y se evidencian los peores defectos”.




Federico Bianchini

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