miércoles, 24 de diciembre de 2008

FELIZ NAVIDAD DESDE PERÚ

Desde Perú, saludos a todos y les deseo de todo corazón una Feliz Navidad, en compañía de sus seres queridos. Con mucho aprecio... Wilber Huacasi (comparto con ustedes la portada de la tercera edición de Crónika).

jueves, 18 de diciembre de 2008

Los invito a publicar en el blog

Compañeros de la tecla:

No se hagan rosca y anímense a publicar algo en nuestro querido blog del Taller de Periodismo y Literatura 2008. Que se corte ya una flor de vuestro jardín.

Un abrazo mexicano,

Tomás Hidalgo Nava

jueves, 11 de diciembre de 2008

Aclaración

En la nota que acabo de publicar sobre la conferencia de Günter Wallraff en el Palacio de Bellas Artes de la Ciudad de México, se afirma que esto se llevó a cabo el martes por la noche. Me refiero al martes 25 de noviembre de 2008.

Tomás Hidalgo Nava

"Deben juzgar a Bush".- Günter Wallraff



Por Tomás Hidalgo Nava

Günter Wallraff, gurú del periodismo encubierto, no se anduvo con ambages y se fue duro y a la cabeza. “George Bush debe ser juzgado ante un tribunal internacional por sus crímenes de guerra”, dijo la noche del martes en medio del aplauso de una multitud que desbordó la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes.
“En Obama deposito muchas esperanzas, pero ojalá logre sobrevivir a lo que le están heredando”, agregó el autor de Cabeza de turco y El periodista incómodo.
En ésta, su primera visita a México, Wallraff entabló un diálogo con un público que estaba conformado principalmente por estudiantes de comunicación, con cuaderno y grabadora en ristre, y varios periodistas con callo que, a pesar de no haber sido asignados a cubrir la nota (“no es mero hobby; es actualización continua”, comentó alguno), se aparecieron por ahí para tomar una clase a los pies del maestro.
Y de manera literal lo hicieron, pues la falta de asientos disponibles hizo que muchos de los asistentes se subieran al escenario y, en flor de loto o recargados contra la pared, escucharan los consejos de un veterano que ha ganado decenas de batallas a favor de la libertad de expresión y los derechos de las minorías. Parecía un bíblico sermón de la montaña en el que se refrendaba la consigna de bienaventurados los periodistas que se convierten en la voz de los sin voz.
Cuando una persona del público le preguntó sobre qué le gustaría investigar en México, Wallraff afirmó que, sin duda, se interesaría por abordar el tema de los cárteles del narcotráfico y la corrupción gubernamental que hace posible su florecimiento.
Además, le confesó al público que le encantaría aprender de los grupos indígenas, como los tarahumaras, quienes se encuentran en peligro debido a la globalización. “Yo me dedicaría a pasar mucho tiempo con estas culturas”, afirmó.
Aunque dijo haber recibido muchas amenazas en su vida y fuertes advertencias como el incendio provocado de su propia casa, este hombre de 66 años, delgado, de mirada penetrante y sonrisa juvenil, aseguró que las situaciones que ha vivido en el ejercicio de su profesión nunca podrán compararse con el peligro que los periodistas mexicanos padecen frente al crimen organizado.
Para capotear los embates de los narcos en contra de los reporteros que investigan y denuncian sus crímenes, Wallraff sugiere que los dueños de los medios propicien la creación de grupos de periodistas que, bajo seudónimo, publiquen sus reportajes como colectivo. De esta manera, los cárteles y sus sicarios verán el asesinato de un periodista en particular como algo inútil, pues la muerte de éste no podrá acallar la voz de los otros que forman parte del conglomerado. “Los dueños de los periódicos deberían hacer algo para garantizar la seguridad de sus trabajadores”, agregó.
Según este periodista, nacido en Burscheid, Alemania, en 1942, se percibe en México una mayor actitud investigativa en comparación con la de sus colegas germanos. “¿A qué se debe esto? ¿A la tradición de este país? ¿A la solidaridad de los compañeros del gremio?”, inquirió. “No lo sé. Y no me atrevería a juzgar el grado de libertad de expresión en este país. No he estado suficiente tiempo aquí”.
Como parte de la conferencia, se presentó el más reciente documental del propio Wallraff, en el que denuncia las estafas de los call centers en Alemania. Para ingresar a las entrañas de ese monstruo que genera ganancias millonarias por año, el periodista se disfrazó para solicitar empleo en una de estas empresas fraudulentas. El resultado fue que, tras su clara denuncia contra el engaño a los clientes y la explotación de sus empleados, ésta y otras compañías cerraron su changarro y algunas de ellas se fueron a otros países.
Decenas de manos se levantaron para buscar la oportunidad de realizar alguna pregunta. Una de las personas que tuvieron la fortuna de convertirse en entrevistadores de uno de los mejores periodistas de la actualidad le pidió definir su momento más difícil.
Sin tener que pensarlo mucho, Wallraff hizo referencia a su encarcelamiento durante tres meses por parte de la dictadura griega en 1974, experiencia de la cual surgió, entre otras muchas cosas, el libro Nuestro fascismo de al lado. La Grecia de ayer, una enseñanza para el mañana, escrito en coautoría con Eckart Spoo.
A pesar de que el miedo se convirtió en una condición permanente en su vida, Wallraff siempre ha sido congruente con su apoyo a la causa de los derechos humanos. Por ejemplo, cuando el régimen iraní lanzó su condena a muerte contra el escritor británico Salman Rushdie por su novela Los versos satánicos, el periodista alemán le dio asilo en su casa en Colonia.
Al oír sus anécdotas y su concepto del buen periodismo, nadie quería salir de la sala; todos deseaban seguir con la entrevista colectiva a este referente del periodismo de investigación.
Tras la charla, una serpiente humana se abalanzó a la mesa donde se encontraba Wallraff, con el deseo de que les firmara ejemplares de sus libros y se tomara fotos con sus aprendices. Alguien aprovechó para obsequiarle la versión en alemán de Yo, Marcos (sobre el subcomandante, por supuesto), de María Durán de las Heras. Otros, a falta de ejemplares, le extendían cualquier papel para que firmara sobre él. Lo importante era presumir que el gurú les había dedicado al menos unos segundos.

martes, 9 de diciembre de 2008

Los pensamientos pueden ser más peligrosos que los ejércitos




Por Tomás Hidalgo Nava


Derek Walcott, Premio Nobel de Literatura y uno de los más destacados poetas y dramaturgos vivos del Caribe, lamenta que las consecuencias del racismo se encuentren aún presentes en todo el mundo y particularmente en la precampaña presidencial de Estados Unidos.




-Uno lo puede ver en las preelecciones estadounidenses entre Barack Obama y Hillary Clinton. Uno puede ver los vestigios del racismo ahí -afirma en entrevista el autor, quien se encuentra de visita en México para tomar parte en la conmemoración del décimo aniversario luctuoso de Octavio Paz-. Los comentadores de los medios han explotado este tema al referirse constantemente a los orígenes multirraciales de Obama -agrega el poeta.




Walcott, nacido en 1930 en la isla de Santa Lucía (antigua colonia británica) y ganador del Nobel en 1992, expresa -con voz pausada y rítmica- su pesar por la continuidad del dominio colonialista de los países grandes sobre las naciones pequeñas en los llamados tiempos de la globalización.




-Para mí, que he vivido en un contexto colonial toda mi vida, el cual aún permanece en mí de manera mental, esto parece cada vez más terrorífico. No debería haber pobreza en el mundo. No debería haber. Hay tanto para compartir como para que exista pobreza. El hecho de que haya hambre en nuestro siglo es una desgracia para la experiencia humana. Si se compara la hambruna que hay en Puerto Príncipe, Haití, con la vida de los multimillonarios, uno se pregunta cómo puede existie este contraste, cómo puede esto ser lógico -dice el autor de Another Life (1973).




-¿Qué puede hacer un poeta para manifestar este temor y hacer que la situación cambie?




-El arte es más influyente de lo que pensamos... Se ha dicho que la poesía no logra que las cosas pasen. Eso no es cierto. En la historia de las culturas recientes, la persecución y las ejecuciones contra los escritores demuestran que los dictadores han notado que la poesía tiene una enorme influencia. Se han dado cuenta de que la poesía es algo que uno puede traer dentro del sombrero en lugar de llevar todo un ejército. Los pensamientos en tu cabeza pueden ser más peligrosos que los ejércitos... Podemos causar más daño que una invasión. Mentalmente, el resultado es que un país empiece a pensar de otra manera. Es por ello que los tiranos buscan deshacerse pronto de los poetas, por la influencia que podemos tener. La poesía es capaz de hacer que muchas cosas pasen. Por otra parte, algunos poetas dicen que lo único que podemos hacer es advertir a la gente sobre los peligros. Pero en tiempos de crisis y de desesperación, los seres humanos buscamos instintivamente algo que nos brinde esperanza y fortaleza, y la poesía puede hacer eso, y lo ha hecho.




Unas horas antes de participar ayer en el homenaje en memoria de Octavio Paz en el Palacio de Bellas Artes, Walcott manifiesta su admiración por el escritor mexicano.




-En él se dio un equilibrio perfecto entre las culturas española e indígena sin que ninguna de las dos raíces lo atormentara -dice-. Octavio Paz reconoce la contribución española al mundo en términos de arte, así como el aporte espiritual de la cultura indígena. En él se tiene un gran ejemplo de lo que significa ser mexicano: contener ambos aspectos y no separarlos.




Aunque no tuvo un contacto continuo con Paz, lo recuerda como una persona generosa. Walcott cuenta que se conocieron en la ciudad de Washington y después tuvieron oportunidad de verse en Portugal y en algún otro sitio del mundo.




-Me cayó bien de inmediato. Cualquier gran artista que está seguro de sí mismo es generoso por naturaleza; no es egoísta. Fue entonces que surgió un gran afecto entre los dos.




El también catedrático de la Universidad de Boston asegura que algo similar le ha sucedido con todos los escritores latinoamericanos que ha conocido, como Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa, quienes tienen un gran disfrute de la palabra, si bien confiesa que no siempre ha visto lo mismo en los autores ingleses o estadounidenses, los cuales pueden ser a veces muy pomposos.




-Éramos dos hombres mayores actuando como niños de escuela; fue muy divertido -comenta.




En referencia a su afición por la pintura, el autor de la obra teatral Dream on Monkey Mountain señala que ve al arte pictórico como un lenguaje.




-No soy un escritor que busque expresar ideas brillantes a través de la pintura. Aunque pienso que uno puede ser influido como poeta por ella. Uno puede estar escribiendo algo en lo que se tenga en mente el claroscuro. Tal vez uno esté describiendo un rostro que aparece en medio de la oscuridad de la noche. Pintar es una tremenda ayuda para uno como escritor.


Fuente: El Financiero / MéxicoLunes, 21 de abril de 2008

lunes, 8 de diciembre de 2008

Ejercicio del Taller de Periodismo y Literatura. Día 4




El género de opinión: Milan Kundera

El trabajo escrito que se llevó a cabo ese día giró en torno al caso de Milan Kundera y como éste había sido recientemente acusado por una revista checa de denunciar, en sus años de estudiante universitario, a un individuo que no se ajustaba a la “única verdad” del régimen. Es decir, se le ha acusado de participar en lo mismo que criticó en su novela La broma.


Lea la opinión de los participantes del Taller de Periodismo y Literatura sobre este tema.

viernes, 5 de diciembre de 2008

La insoportable levedad de acusar, Raúl Francisco Quiroz

Supongamos que no es como ahora que mal que bien tenemos cierta libertad para decir las cosas. Supongamos que vivimos por ejemplo en la dictadura chilena de Pinochet, con Franco o Hitler o más aún con nuestro dictador Porfirio Díaz.
Todas de derecha, pero igual vienen al caso los régimen totalitaristas de Europa del este, la China comunista, el periodo sanguinario de Pol-Pot en Camboya, y otros tantos. ¿Usted que haría si por ejemplo tendría que denunciar que su amigo, que su vecino o huésped esta conspirando contra el régimen, lo denunciaría? Seguro que si no somos acólitos del sistema no, pero qué tal por acción u omisión usted pusiera al descubierto las preferencias políticas de otra persona y ello le provocara encarcelamiento o destierro?
Tal vez usted responda que no lo haría. Yo mismo afirmo que no lo haría, pero pongamos en el caso de aquellos que en hacerlo o no les iba la vida. Y aclaro que con esto no pretendo justificar nada, solo intento comprender.
Todo esto viene a cuento por el revuelo que ha causado el llamado caso Kundera, sentenciado ya por unos, defendido por otros. Y uno se preguntaría en la pertinencia de juzgar a sus glorias, sean estas literarias o personas que se han distinguido por hacer el bien común. En los años 50, la entonces Checoslovaquia comunista, era una sociedad totalitaria. La delación se premia, y el silencio se paga. Kundera tenía apenas 20 años y era militante comunista. De esa época sale una acusación oscura contra él. Investigadores publicaron en la revista checa ‘Respekt’ que el escritor denunció a Miroslav Dvovácek, que fue condenado a muerte aunque luego se le conmutó la pena a 14 años de trabajos forzados en una mina de uranio. Supuestamente tuvo una trifulca con un jefezuelo y se valió de la delación –que era espía de occidente-- para arreglar el asunto. Paso el tiempo y Kundera se convirtió en uno de los conocidos disidente del los comunistas que gobernaban su país.
Recordemos nosotros algunos casos acá en México. La escritora Elena Garro, recientemente acusada de espía del régimen priista en la época de los 70` y hasta documentos salieron por ahí. Pero aquí mismo es sospechoso, no que Elena haya sido soplona del gobierno, sino la acusación misma, al parecer hecha por las mafias que controlan acá la información y siempre han golpeado a quien fuera esposa de Octavio Paz, de por si polémica en su vida.
Entonces nosotros seríamos tan valientes para sufrir las consecuencias por salvar a un conocido? Pocos son los valientes. Creo que es bueno sacar información sobre la vida de los personajes públicos, defiendo la libertad de información, pero en casos tan delicados la prensa debería tener más cuidado, tener todas las pruebas o al menos llevar todas las posiciones, pues esta en juego una reputación, la posibilidad de destruir una vida.
Cuantos quizás no hubieran gritado viva Franco o Pinochet. Cuántos de los que ahora juzgan a Kundera. El ya dijo que es mentira, entonces nosotros a quién le creeremos.

Kundera, por: César Castro Fagoaga


Es como que yo te diga, Milan, que estoy preocupado porque luego de cuarenta años, cuando sea famoso, haya puesto mi firma en un millón de libros, ganado un Óscar, hecho un comercial de Pepsi y valore mi candidatura presidencial, venga alguien y me diga César, nosotros supimos que estuviste preso y lo publiquen en primera plana al día siguiente.

¿Entendés a lo que me refiero? ¿No? Bueno, vos sabés que no nos conocemos, Milan, pero ambos sabemos que sos famoso, que escribís novelas profundas, críticas y best sellers en fin. Pero el punto es que no te conozco en persona, me he leído tu libro más trotado, La insoportable levedad del ser, y otro que no recuerdo el título, pero no nos hemos dado la mano ni tomado unos güisquitos juntos. No tengo modo de saber, entonces, si es cierto eso que desde octubre andan diciendo de vos. Pero te aclaro algo: ese no es el punto.

Lo que sabemos, lo que equivaldría a decir que es cierto, es decir lo publicado, sugiere que vos, en 1950, en tu natal Checoslovaquia, como parte de las juventudes comunistas, delataste a un compañero ante el gobierno comunista de ese momento. Al muchacho, con un apellido impronunciable, lo condenaron por dos décadas.

En mi tierra, Milan, hubo un humorista que tenía una frase célebre. Aniceto Porsisoca decía: Uno de cipote es tonto. Cipote, en El Salvador, es sinónimo de niño, joven, y Aniceto resumía así el hecho de que cualquiera comete errores en su juventud. No sé si sea tu caso, Milan, no sé si en verdad lo delataste al chico ese. Lo que sí es cierto, Milan, es que no te podría juzgar a priori sin conocer lo que pasaba por tu cabeza aquellos días. Vos tampoco podrías, como imaginarás, juzgarme a mí por haber pasado dos noches en la cárcel luego de haber estado en un bar clandestino a las cuatro de la madrugada. No estabas ahí, no podía saber lo que ocurrió, Milan. Yo sí.

El punto, Milan, es que todo el mundo se dio cuenta. Los periódicos hicieron eco de la noticia. Y claro, vos saliste a desmentirlo todo. Pero el daño ya estaba hecho. La sospecha es peor que la condena, Milan. Y ahora lo vivís en carne propia.

En los periódicos veo todos los días cómo la policía presenta a presuntos ladrones, homicidas, violadores. Presunto, qué palabra tan dañina. La policía los presenta y a la mañana la foto ya está en todos lados. El juez del caso ni se ha pronunciado. ¿Y cómo lo haría, Milan, si ni siquiera los han llevado al juzgado?

Como sea, Milan, por mucho que se demuestre lo contrario, o no, ya quedaste de soplón y eso, imagino, te lastimará el alma. Sé que es mucho peor quedar de soplón que de borracho ante la opinión pública, más aún cuando no se ha ido a un juicio, ser juzgado y vencido. Vos ya estás vencido, Milan.

¿Qué pasó conmigo en el bar esa noche? ¿Eso querés saber, Milan? Vení que te lo cuento, pero con una cerveza, eso sí, Milan.

El placer de dudar, por: Laura Dávila Truelo

Sentado casi al borde de su silla Eladio Melane cabecea en el sopor de la tarde, su siesta es como cada día en la silla de mecer tejida con mimbre de antaño, cuyo color se ha opacado tanto que ha acabado pareciéndose a la piel de Eladio, en una mímesis hecha a fuerza de años y recargo.
Allí ultima sus días de escritor, en las calles de aquella ciudad soñada de ventanas largas y calles de piedra, donde las doncellas recibían a los novios osados que cruzaban la frontera de aquellas rejas, en una acción donde el placer de un mínimo contacto de la piel anhelada era mayor al pudor de ser descubiertos en semejante atrevimiento.
En pueblo natal donde cortejó a su propia doncella tras una de esas ventanas, Eladio se sofoca. El libro "Oficio de difuntos" reposa en el regazo mientras el recuerda los años del gomecismo a principios de siglo. Años caros para él con la promesa de la "rotonda" por oponerse al régimen.
Vivió el placer de ver caer al dictador a mano de uno de sus colaboradores: las estructuras del poder se han parecido siempre en la historia, tus aliados acaban siendo tus enemigos. Ahora Eladio vive su propio exilio, se opuso a Gómez con fervor de juventud, y a diferencia de un país que se silencio, él buscó maneras de enfrentarse. Pero sucumbió más tarde, algunos de los colaboradores de Pérez Jiménez, eran sus amigos, lo fueron desde antes y siguieron siéndolo más allá de su participación en el poder. Eladio vio horrores y para su vergüenza calló, no usó las letras que le eran propias para levantar ni una vez la voz en contra de los abusos de un nuevo régimen que, por moderno y constructor que fuera siempre es una cárcel.
Eladio ha visto de cerca el caso del escritor checo Milan Kundera, que ahora es señalado por delatar, cuando apenas tenía 21 años, a un compañero de casa, Miroslav Dvoracek por espiar al gobierno comunista de Praga. La supuesta víctima de Kundera estuvo 14 años condenado a trabajos forzados.
Se pregunta ahora Eladio si es verdad, él lo ha negado, pero Eladio también lo negó, pues era cierto que nunca fue afecto al régimen de Pérez Jiménez, aunque sus amigos eran los que eran, y él calló, su complicidad fue ese silencio.
Pero Eladio siente que Kundera pasó una vida reivindicando su posición contra un régimen que se dio cuenta que no funcionaba. Eladio también se arrepintió, ahora sabe que la posición de un intelectual siempre tendrá que estar de frente al poder, por mucho que le seduzcan sus giros y derroteros.
Pero Eladio se pregunta si acaso alguien tiene el derecho de mirar bajo la lupa un momento de la vida de otro, sin mirar acaso la posibilidad de la larga gama de grises que rodean no sólo un hecho, sino una vida entera.
Eladio se retiró pero sabe que como a él fue fácil juzgar a Kundera, y con ello el efecto dominó en el que algunos, quien sabe con cual interés o quizás sólo con morbo, han tratado de echar abajo el edificio de su obra.
Poco importa que él lo negara, menos aún que halla pruebas al parecer contundente que indican que Kundera nada tuvo que ver con aquel hecho, y que de ser cierto su obra completa es una oda a la reivindicación.
Pero la gente quiere dudar, más que las manifestaciones en la prensa, pruebas que van y vienen, asomarse a la vida ajena es la posibilidad de conseguir, cierta o no, la miseria en ellos, ese lado oscuros que tanto placer causa encontrar en otros pues, a fin de cuentas, cada uno piensa en la propia y se satisface en que el mundo esté entretenido en una desgracia ajena, mientras, si todo sale bien, la propia sigue en la oscuridad.

La insoportable levedad de una acusación, por: Tomás Hidalgo Nava

Construir una reputación puede costar toda una vida y a veces más, pero sepultarla en el fango es cuestión de unas cuantas líneas fundamentadas en una insoportable levedad de pruebas.
Parecería una broma afirmar que Milan Kundera, acérrimo crítico del totalitarismo comunista en Checoslovaquia, fue colaborador del mismo sistema que tanto ha criticado a través de su narrativa y artículos. Es tan ridículo como los personajes de algunos de sus cuentos de amor. Sólo bastó un documento publicado por el Instituto para el Estudio de los Regímenes Totalitarios, con sede en Praga, para generar una polarización entre quienes defienden al autor Checo nacionalizado francés y aquellos que lo denuestan por su presunta hipocresía.
Nadie parece reparar en que este documento, en el cual se menciona que el supuesto espía anticomunista Miroslav Dvoracek fue aprehendido y condenado a 14 años de trabajos forzados debido a la delación de Kundera en los años 50, ni siquiera ostenta la firma del novelista y resulta difícil comprobar que él fue el verdadero delator.
Se antoja como una irresponsabilidad el que los investigadores checos que hallaron este documento lo hayan publicado en octubre pasado sin confrontarlo con las declaraciones de testigos ni con otras fuentes documentales. Claro, muchos de ellos, como el policía que menciona al autor de La despedida en el reporte secreto, ya han muerto; pero aún así debieron agotar todas las instancias y archivos posibles para así tener todos los pelos de la burra en la mano y poder afirmar que era parda. Pero no lo hicieron; simplemente lo arrojaron como chuleta a los leones de los medios y muchos de ellos se la tragaron de una tarascada. Lo peor fue que ninguno de ellos buscó hacer su tarea para evitar el linchamiento de un escritor respetado en tantos círculos y cuya obra se cuenta entre una de las más esclarecedoras y representativas de la segunda posguerra.
Achacarle a Kundera la injusticia contra Dvoracek sería tanto como acusar a Pablo Neruda de los crímenes de Stalin por haberse colocado en el espectro de la izquierda revolucionaria y haber apoyado al Estado soviético en lo qué el consideraba positivo para el progreso de los países del Tercer Mundo, entre ellos su querido Chile; o sería como decir que Günther Grass vivió siempre en la mentira al no mencionar antes que fue parte de las juventudes hitlerianas. En la alemania nazi, casi nadie pudo dejar de serlo oficialmente, a pesar de que muchos de ellos —y no dudo de que Grass también lo haya hecho— se inconformaron en silencio y condenaron la megalomanía de Hitler y sus métodos.
Parece como si The Crucible (en español, Las brujas de Salem), de Arthur Miller, se estuviese representando en el escenario de una sociedad cuyos medios de comunicación se encuentran más interesados en cubrir la cuota de hombres y mujeres colgados que en llamar a su público a la cordura.

Kundera, por: Federico Bianchini

Me siento en el sillón, abro el libro. El señalador, de cartón amarillo, está en la página 48. Sintió en su boca el suave olor de la fiebre y lo aspiró como si quisiera llenarse de las intimidades de su cuerpo. Y en ese momento se imaginó que ya llevaba muchos años en su casa y que se estaba muriendo. Una mosca se posa en el borde superior de la página 49. Muevo la mano, la mosca vuela.

Supongamos que sea cierto. Supongamos que Milan Kundera, en una actitud que él, años más tarde, podría haber considerado deleznable, haya denunciado a un estudiante a la policía comunista. Luego, con esta suposición establecida, sigo leyendo.

De pronto tuvo la clara sensación que no podría sobrevivir a la muerte de ella. Mientras lo hago, mientras leo, el autor pasa a un segundo plano, es una referencia lejana que, de momento, no me importa. Es una referencia lejana que sólo uso si alguien, interrumpiéndome, pregunta: Qué estás leyendo.

Presupongo, ahora, que el autor de la novela fue torturador ¿Podría un torturador escribir una buena novela? Sigo leyendo. La mosca viene y se me apoya en el brazo. Sin correrla, me está haciendo cosquillas, imagino que el autor fue pedófilo, corrupto, nazi, un violador serial. Y sigo leyendo. La mosca vuela su zumbido.

No me interesa qué hizo ayer, anteayer, o hace diez años quien decidió escribir la historia que leo. Me indigna, en cambio, que un escritor (pienso en Philip Dick y su cuento "Las prepersonas") haga una apología (en ese caso antiabortista) sigilosa y tenaz: persuasiva, pero no explícita.

Usar la ficción como método subrepticio de convencimiento es atroz. Delatar a una persona que, se sabe, recibirá pena de muerte también es atroz y, si la Justicia así lo indica, debería ser castigado, sin embargo, la última actitud me es indiferente ahora, mientras leo.

Y dicen que "Las acusaciones podrían reducir la estatura moral de Kundera como un personaje enigmático contra la corrosión totalitaria de la vida cotidiana" y quizás, sólo quizás, si se descubriera que los documentos no son falsos, si se confirmase que Kundera fue un delator, la estatura moral del

checo se empequeñecería a centímetros, sin embargo yo seguiría leyendo. No sin antes correr, con la mano, a la mosca, que da vueltas y vueltas sobre el sillón sin dejarme disfrutar, tranquilo, del argumento de la historia.

Las implicaciones de la vida de uno, por: Luis Guillermo Hernández

Uno es su historia, el conjunto de momentos y decisiones que, a lo largo de toda la vida, se van colocando en el registro de los datos y los días, el cúmulo de circunstancias, hechos, que se superponen siempre a toda la palabrería que es mero aderezo de la acción. Porque uno es, definitivamente, el resultado de su acción.
Pienso en ello cuando miro la andanada de dardos y sentencias que se lanzan, como perros desatados, contra la memoria de quien ha sido, sin duda, una de las más brillantes escritoras mexicanas del siglo XX, Elena Garro, a quien se somete al escarnio, de nueva cuenta, ahora por una falsasedad: realizar la más pobre de las actividades que una persona libre pueda hacer: delatar, espiar a sus pares para beneficio de un triste gobierno.
De ningún modo rechazo que se conozcan todos los documentos disponibles en los anaqueles del Archivo General de la Nación, ni el valor de que estos puedan ser puestos a disposición del Instituto de Acceso a la Información Pública, y por ende de cualquier persona que quiera consultarlos: cada uno es su historia, y de ésta es responsable.
Lo que lamento, lo que rechazo como ese cúmulo de inmundicia que representa, es la forma que ha tomado la difusión de documentos retomados por la revista Proceso: un mal boletín oficial que escuetamente señala: “de dichos documentos se desprende que Elena Garro era informante del gobierno federal, a la vez que el gobierno federal contaba con otros informantes que reportaban la actividad de los informantes, Elena Garro entre ellos”.
Amén de la oscuridad del origen de esa deducción, la torpeza de la redacción y la mendacidad con que se manejan los datos, hay un trasfondo aún más negro: los motivos que llevaron a ese instituto a generarlos.
¿Por qué un órgano oficial, el IFAI, emite un boletín informando del contenido específico de sólo un par de fojas de más de 14 mil documentos desclasificados de la Dirección Federal de Seguridad? ¿Por qué atacar, con una verdad a medias, con la tergiversación de datos, a Elena Garro? ¿A quién se beneficia con ello? ¿Alonso Lujambio saldrá a aclarar todo esto? ¿Tiene que ver con el contrato multimillonario de impresión que firmó la institución con Editorial Clío, propiedad de Enrique Krauze?
Porque hay, en ese comunicado, una mentira. Los documentos de referencia no señalan, en ningún párrafo, elementos para considerar que Garro haya sido “informante del gobierno”.
Asientan, sí, que fue interrogada, en seis ocasiones, entre 1962 y 1970, sobre sus puntos de vista personales, sobre aspectos de la vida social, cultural y política de México y, sobre todo por sus críticas a los gobiernos de Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría. Asientan, también, que la ciudadana “colaboró con sus entrevistadores cuando fue requerida”.
¿De dónde saca el IFAI que eso la convierte en informante del gobierno? ¿Por qué no señalar que, la ya entonces ex esposa de Octavio Paz fue sólo una más de los 350 ciudadanos que también fueron enrrolados en esas fichas, en las que aparecen personalidades como el filósofo Eli de Gortari, el cronista Salvador Novo, los catedráticos Heberto Castillo, Fausto Trejo y aún artistas como Silvia Pinal o Dolores del Río?
La vida de la autora de Los Recuerdos del Porvenir, antes o después de compartirla con el poeta Octavio Paz, antes o después de ser aborrecida y descuartizada por los círculos de la mafia cultural mexicana que intenta condenarla al olvido, merece ser analizada como un conjunto de momentos y decisiones tomadas, como el cúmulo de hechos que hablen por sí mismos de una mujer que, congruente o no con su forma de pensar, fue inequívocamente el resultado de su acción, de su verdad.
Cuando eso no ocurre, cuando aparecen la trampa y la mentira como elementos para el debate, sólo se camina en los terrenos de la mierda.

La insoportable condena de la sospecha, por: Wilber Huacasi

"Si cada uno de los instantes de nuestra vida se va a repetir infinitas veces, estamos clavados a la eternidad como Jesucristo a la cruz". La frase es de Milan Kundera, escritor checo-francés, sobre quien pesa una grave acusación por un instante de su vida que, de ser cierto, debe estar repitiéndose infinitas veces en su mente. Un instante que, de ser cierto, bien lo podría estar manteniendo clavado al recuerdo del pasado, como Jesucristo a la cruz. Solo de ser cierto.

Milan Kundera es un escritor nacido en la Checoslovaquia de 1929. La frase citada fue extraída de su obra cumbre, La insoportable levedad del ser, uno de los referentes sobre la disidencia en Europa del Este durante la Guerra Fría. En sus páginas, Kundera relata una historia de amor en medio de situaciones de represión. Y represión fue, según se deduce, lo que habría motivado a Kundera, a incurrir en un acto que generó sobre él la condena de un sector de la sociedad y, acaso, el hundimiento de su reputación que alcanzó niveles míticos.

Y es que Kundera se ha burlado en forma irónica del comunismo en sus obras. Ahora es acusado de haber colaborado con la policía secreta de la Checoslovaquia comunista. Todo por un incidente… un hecho supuestamente cometido en un instante de su juventud.

En 1950, Kundera tenía 21 años, era delegado de una residencia donde estudiaba cine. Se le acusa de haber delatado a otro joven. Todo en base a un reporte policial de aquellos años que cita textualmente al entonces estudiante "Milan Kundera, nacido el 1-4-1929 en Brno, residente en la residencia de estudiantes de la avenida Jorge VI en Praga 7" de haberse presentado a una dependencia para delatar al susodicho Miroslav Dvoracek. El susodicho Dvoracek fue arrestado. Se le acusó de trabajar para los servicios de inteligencia occidentales. Fue condenado a 22 años de prisión, pero salió con libertad condicional, luego de realizar trabajos forzados, durante 14 años, en una mina de uranio.

El 13 de octubre, la revista checa Respekt sacó a luz esta información. El País de España publicó un informe amplio con testimonios de los actores y surgieron las posiciones encontradas. Surgió la condena por un lado, y la solidaridad de no pocos escritores desde la otra orilla. Kundera ha negado los hechos, pero pesa sobre sus hombros el pesado madero de la cruz de la sospecha. Y en una sociedad como la nuestra, sospecha equivale a condena. Y condenar o juzgar desde el balcón, sin haber tenido la mínima experiencia ni haber vivido en difíciles circunstancias, es acaso lo más fácil. Kundera quizás ya haya sido condenado a nosecuantos años de prisión en la mina de su silencio. Pues es, precisamente, su silencio, lo que ha alimentado las sospechas. Es, precisamente, su silencio, lo que ha alimentado su condena.

No hay última palabra, por Juan Miguel Álvarez

El más reciente debate sobre la vida y obra de Milan Kundera hace recordar a la más fiel tradición de cacería de brujas postmoderna. Ya había ocurrido antes con otros escritores nacidos en los países de la antigua cortina de hierro; un caso muy mencionado fue cuando a Kapuscinski, después de muerto, lo acusaron de redactar informes de inteligencia comunista pro polaca, desde África y América latina. Aquella vez la cosa no tuvo mayor repercusión puesto que el cronista ya había fallecido y sus herederos no le dieron mayor trascendencia al asunto.
No obstante, en el caso Kundera es bien distinto porque el novelista está vivo, porque desde 1968 ha sido un incisivo crítico de totalitarismos comunistas, porque aún siendo del partido en sus años de juventud mantenía distancia con el autoritarismo de sus líderes y fue expulsado por revisionista. Y es bien distinto, además, porque en esta época de extremismos una acusación de ese talante puede traerle problemas adicionales a la simple difamación: la periodista checa Anne Penketh piensa que el hecho puede “erosionar la fama de Kundera”. El escritor ha negado la acusación y el historiador autor de la nota, entregó el documento de archivo en el que se basó para afirmarlo.
Lo cierto es que la revista Respekt, medio que publicó el informe, nunca le preguntó a Kundera su versión de lo sucedido con lo que dejó una sola cara del asunto. Cualquier editor sin afán de lucro —aunque soy conciente de que es un oximorón— hubiera equilibrado el tema dándole también la voz al novelista.
En algunas escuelas de periodismo se enseña el manejo de fuentes y el tipo de información que entregan. En particular, los medios de comunicación acuden con insistencia a las fuentes oficiales porque son las que brindan información de ruptura, de choque, que en la mayoría de los casos se vuelven primicias. Primicias que los espectadores compran. Nada distinto a lo ocurrido en este caso. Sobre todo porque la palabra del novelista en su país de origen es tabla de ley cuando se trata de allanar la historia política y el arte, y eso hace que algo que lo manche cobre primordial interés.
La relación Kundera-Checoslovaquia —ahora República Checa y Eslovaquia— ha sido una estampa clásica de persecución y escape, exilio y resentimiento. Un ejemplo: sólo hasta 2006 fue editada en Praga La insoportable levedad del ser, la gran novela de Kundera, es decir, 22 años después de haber sido publicada en París. Y en 2007 cuando al novelista le otorgaron el Premio Nacional Checo de Literatura, el autor no asistió a la ceremonia argumentando problemas de salud. Actitud que despercudió toda clase de suspicacias. Larga cadena que aún no tiene última palabra.
Sobre el humo, vale decir que mientras el escritor viva, seguirán reproduciéndose noticias similares que la prensa efectista publicará en busca de una quincena más suculenta. Ni siquiera los novelistas que hacen ficciones filosóficas se libran la ley del mercado que rige la producción mediática.

¿Por qué te callas, Kundera, por: Marciele Brum

La revelación sobre la presunta delación hecha por el escritor tcheco Milan Kundera es la oportunidad para discutirse cual es el alcance del derecho a la información. Según artículo del semanario tcheco Respekt, Kundera denunció en 1950 a la polícia comunista a un espia occidental que, como consecuencia, pasó 14 años condenado a trabajos forzados en una mina de uranio y escapó de la muerte. La información es sostenida por documentos encontrados por Adam Hradilek que trabaja en el Instituto para el Estudio de los Regímenes Totalitários, con sede en Praga. En el informe 624/1950, consta que el estudiante de 20 años relató que Iva Militka iba a encontrarse con su compatriota y espia Miroslav Dvorácek, que fue preso. Existe la sospecha que la delación ocurrió por celos del novio de Iva, compañero de Kundera, o porque el escritor quería mejorar su imagen con el regímen después de un inccidente con un alto cargo comunista, lo que le costó la expulsión del partido. El escritor, autor de la "insoportable levedad del ser", un culto de la modernidad, lo desmintió categoricamente. No interesa a la prensa la vida personal de Kundera, como vive y con quién si relaciona. Pero él no puede huir de su pasado cuando ese hace parte de la história general y tuvo consecuencias concretas. En eses casos, los medios de comunicación pueden manejar el tema porque el interese público supera el derecho a la privacidad. En ese sentido, las personas tienen el derecho a saber en detalles la verdadera historia de su país, quién eran los actores políticos y como actuaban en los regímenes totalitários sean de derecha o de izquierda. Es una forma de los ciudadanos se quedaren atentos a quién son los jugadores en el tablero y no dejarse engañar por leones disfrazados de liebres. No importa si es un gran escritor, respetable en el mondo, o un hombre desconocido por la mayoría de la población. Por más que tenga inclinaciones a la izquierda, no es posible preservar Kundera. Nada justifica su comportamiento ni su juventud, ni el contexto de la época y ni el hecho de la situación envolver un espia de los occidentales en Praga.Todos tienen que ser responsables por sus decisiones principalmente cuando esas afectan la vida de otros ciudadanos. Él proprio Kundera parece emitir señales de arrependimiento en su obra. Si la historia es verídica, no es exagero decir que Kundera casi quitó la vida del espia. Quién de alguna manera estimula la persecución de personas que piensan distinto o defienden otros valores no está cometiendo un error, pero un crime. Ni mismo el ideario más bello de la izquierda es capaz de justificar tentativas de privación de la libertad de pensamiento y ideología. Además, el más grave es que la denúncia ocurrió aparentemente por razones fútiles. Por un capricho, Kundera tenía condenado a la prisión un compatriota. Delante de evidencias aparentemente conclusivas, el escritor tiene la obligación de aclarar publicamente cual fue su rol en eses tiempos oscuros, explicar por que hizo la delación y contribuir para el conocimiento de ese período. Si realmente no lo hizo, tendrías que dejar el exilio y presentar su versión. Quizás esa discusión rindiría una buena história para su próximo libro.

La insoportable humanidad de los escritores, por: Sandro Bossio Suárez

Un chico y una chica coinciden en un puente de Praga. Son jóvenes, él apuesto y arriesgado, un desertor de la aviación checa; y ella tímida y cándida, una estudiante sin pretensiones políticas. Se conocen de hace tiempo, conversan un poco, se cuentan cosas triviales. Antes de despedirse él le confiesa que está trabajando en secreto para los Estados Unidos y le pide un favor. Es 1950 y el comunismo aletea sobre ellos como un gigantesco avechucho amenazador. Ella cumple con el favor que le promete al amigo, pero comete un gravísimo error: le cuenta a su novio que el muchacho es un espía. Y entonces el avechucho, con las garras dispuestas, se abate contra éste. Medio siglo después el mundo sabría que la responsabilidad gravitante de este caso fue la de un escritor famoso.
La historia, sacada de la vida real, parece el conflicto literario de una de las novelas de espionaje tan de moda por entonces. Los personajes tienen nombres: el espía se llama Miroslav Dvoracek; la bella ingenua se llama Iva Militka; el novio se llama Miroslav Dlask; y el escritor implicado es nadie menos que Milan Kundera, amigo de los últimos. El encuentro del puente marcará para siempre sus vidas. El espía Dvoracek es detenido y sentenciado a muerte. Felizmente, la pena le es conmutada a 21 años de prisión en los campos de concentración de Pribram, donde realiza trabajos forzados en las minas de uranio durante 14 años. Esos mismos personajes ahora ya no son los jóvenes apuestos de los cincuenta: bordean los ochenta años, algunos son famosos y otros han muerto, y grandes culpas pesan sobre ellos.
La pobre Iva ha vivido muchas décadas con un cargo de conciencia atroz, culpándose por abrir la bocota y con la duda de si fue su marido o el amigo del marido el delator. Pero hace poco un documento de la policía checa ha sacado a la luz que en realidad fue el escritor Milan Kundera quien delató a Dvoracek. Ahora que ha surgido el documento, ella se siente más tranquila. Quien no puede dormir en paz, seguramente, es el propio Kundera.
No es la primera vez. El nobel Günter Grass también probó el amargor de las confesiones tardías. A punto de cumplir los 80 años, reveló haber servido en las Waffen-SS de Hitler a los 17 años, desencadenando una fusilería de comentarios y sindicaciones.
Pasó lo mismo con el arzobispo norteamericano Valerian Trifa, escritor católico, a quien en 1984 pusieron en evidencia su verdadera identidad: un temible nazi que cometió los más horrorosos crímenes de guerra contra la comunidad judía rumana durante la ocupación socialnacionalista.
O el caso del famoso cantautor Jaromír Nohavica, célebre por haber luchado contra el régimen comunista, pero en realidad colaborador de la policía del Estado.
¿Hasta qué punto es imperdonable la actitud personal de un artista en decisiones que al parecer marcan sus pasados? Estos casos despliegan el debate sobre la humanidad de estos hombres que no son de papel, sino de carne y hueso.
El análisis habría que hacerlo con un único catalejo: el de la naturaleza común del hombre. Y empezasmoa afirmando categóricamente que esta actitud responde a la más primitiva condición humana. Los autores famosos, los héroes de la sociedad, antes que artistas son seres humanos. Y todos estamos regidos por nuestra condición de mortales y tomamos decisiones según nuestras situaciones personales o sociales que cambian con los tiempos. Por ejemplo, en el caso Kundera, se vivía los años 50 y entonces la delación era una de las formas de vida más cotidianas: quien no delataba al enemigo, era cómplice, delinquía con el estado y consigo mismo. Al menos eso es lo que el sistema había concienciado en la gente. Algo así como no delatar hoy a un musulmán sospechoso en una estación de ferrocarriles. Kundera seguramente tuvo miedo. Y delató. No quería hacerse problemas. Hoy lo niega todo. Y dice que es una patraña. Hay incluso quienes afirman que es un artilugio montado para catapultar la venta de sus libros que se habían venido a menos. Pero le bastaría con decir que fue asaltado por el temor, por el miedo, que es un hombre como nosotros. Como fuere, Kundera ha vuelto a la cresta de la ola y su actitud, o sus miedos, o sus debilidades políticas no afectan en absoluto su obra literaria. Es solo un hombre que muestra un instante de vacilación en su larga vida. Vargas Llosa lo ha dicho en otras palabras: “En todo esto no hay ni grandeza ni pequeñez, sino, me atrevo a decir, una conducta impregnada de humanidad, es decir, de las debilidades connaturales a cualquier persona común y corriente que no es, ni pretende ser, un héroe ni un santo”.
A partir de esto, ya no leeremos más al héroe Kundera, sino al ser humano, al más pedestre, al que se parece a nosotros. Y buscaremos en sus textos no ya los soflamados diálogos de la enigmática Teresa contra el sistema, sino la voz susurrante del temor, de la sospecha, de las desconfianzas de un autor que un día actuó como nosotros mismos actuaríamos en situaciones como esas. El miedo, señores, además de entretener, también ilustra, alecciona, orienta y escribe lecciones con fuego.

El pasado y la fama no perdonan, por: Angélica Alzate Benítez

El pasado es una maleta inevitable. El pasado siempre te pasa la cuenta de cobro. El pasado se esconde, pero el día menos esperado, sin avisar y sin pedir permiso, sale y te pone en evidencia.
A unos les pesa más que a otros. Grato o ingrato, no hay manera de liberarse del él. La sociabilidad del hombre hace que el pasado, que se cree tan propio y tan individual, al final sea un bien compartido.
Así pierdas tu memoria o te desconectes del mundo, por un día, un mes, un año o más, habrá quién o quiénes te recuerden lo que hiciste o dejaste de hacer.
Todo esto para decir que, no sé si es cierto o no, que el escritor Milan Kundera, ese que leí al calor de un compañero medio comunista que tenía en la Universidad y que me "encarretó" con las líneas de la "Insoportable levedad del ser", es culpable o no de denunciar en 1950 a un estudiante disidente del régimen comunista.
Si mi memoria no me traiciona, el escándalo del "Caso Kundera", como lo bautizaron los medios de comunicación, reventó en octubre.
Todo empezó porque una revista, de la que no recuerdo el nombre, habría tenido acceso a un expediente de la Policía que cuenta que, Kundera, cuando tenía unos 21 años, informó a la policía de un joven, Miroslav Dvoracek, quien tendría contactos con los servicios de inteligencia occidentales.
Está declaración, cierta o no, de Kundera o no, llevó a que arrestaran a aquel muchacho y lo sentenciaran a muerte. Finalmente, terminó por pagar 22 años de cárcel, 13 de ellos los pasó trabajando en una mina de uranio.
El escritor negó la acusación de manera casi inmediata y radical. Los seguidores de Kundera se animaron a condenar la revelación, los detractores a condenarlo de colaborador con el régimen de Stalin. En un ir y venir de opiniones es difícil saber quién se acerca a la verdad y más imposible aún, saber si la verdad tiene un dueño.
Las preguntas que me asaltan ahora, cuando debo escribir estas líneas son ¿Dónde está el límite de lo que debes revelar o no de tu vida? ¿Ser escritor te obliga a que reveles todo lo que has hecho o dejado de hacer en tu vida? Y caminando un poco más adentro, ¿Te pueden acusar en la "realidad real" de lo que hagan o no hagan tus personajes, en la realidad de tu obra? Si alguien tiene las respuestas, o cree tenerlas, le agradecería me las hiciera saber.
Defiendo la transparencia, defiendo la honestidad y creo que es mejor contar antes de que te pregunten, pero respeto también el silencio. Silencio al que tienen derecho los escritores, los poetas, los cocineros y las prostitutas… Silencio al que todos tienen derecho, siempre y cuando de él no dependa la vida de otro o el destino de un grupo.
Si el nombre que aparece en aquel expediente policial, no hubiera sido el de Kundera sino el de Pepito Pérez, ¿se habría armado un escándalo bautizado por los medios como el "caso Pérez"?, la verdad no lo creo.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Ejercicio. Día 3



Taringa.net
El zoom de la crisis: de Wall Street a un ejemplo del entorno inmediato del periodista

El fin de la fiesta, por Sandro Bossio Suárez

Se pasa el pañuelo por la gran calva sudorosa. Resopla. Se llama Warren Buffett y, según los últimos informes bursátiles, su fortuna ha vuelto a devaluarse en mil millones de dólares. Es la sexta vez que ocurre desde que empezó el desastre de la Bolsa de Valores. Perder mil millones de dólares, verlos esfumados en un segundo, es razón justificada para sudar en la calva y resoplar de angustia. Ya casi lleva perdidos 14 mil millones de dólares. Y es que su empresa de seguros e inversiones Berkshire Hathaway reportó que sus utilidades cayeron un 77 por ciento en el tercer trimestre del año, afectadas por suscripción de pólizas y fuertes pérdidas relacionadas con contratos de derivados. “Pobre viejecito”, dice una señora a miles de kilómetros al sur, en Lima, viéndolo en la primera plana de un periódico, sin imaginar, por supuesto, que Warren Buffet sigue teniendo en sus cuentas todo el dinero que el Perú le debe al Banco Mundial. Ella tampoco imagina que, al llegar a casa, le espera una noticia tan terrible, o peor, que la del multimillonario del sudor y los resoplos.
Es una mujer sencilla, apacible, de nombre mexicano: Margarita García Moreno. Así que, tranquila, con sus setenta años a cuestas y várices en los tobillos, pasea un rato más por las calles de Lince, el barrio de clase popular donde vive, y mientras avanza lentamente va recordando lo que su hijo Pablo, un economista sin trabajo estable que hace taxi en horarios de 14 horas para mantener a sus cuatro hijos en edad escolar, le ha explicado: “Es una crisis terrible, mamá, que se ha originado en los Estados Unidos a consecuencia de millones de hipotecas que los bancos concedieron sin garantías a miles de ciudadanos”. Le ha explicado también, como si ella fuera su quinto hijo en edad escolar, que los créditos “subprime” surgieron en la economía norteamericana para atender un sector de la población potencialmente importante que no cumplía con los requisitos de una valoración de crédito rigurosa. Se enfocaron principalmente al mercado hipotecario, pero pronto también se extendieron al consumo y la compra de autos.
El sector creció en forma importante. Estos créditos hipotecarios se ofrecían a tasas y plazos atractivos en un período de baja inflación y con tasas de referencia también bajas. Estas carteras así ingresaron en la bolsa de valores, siendo adquiridas por sociedades de inversión o fondos. El gran problema fue que estos créditos, amparados en un alto ingreso por los intereses generados, se ofrecieron sin un correcto análisis de riesgo, lo que ocasionó que se otorgaran créditos por encima de la capacidad de pago. Por ello, cuando se presentó un incremento de tasas, sobrevinieron los inminentes atrasos, dilaciones, impagos. A partir de eso, las acciones se desplomaron en la bolsa y las financieras empezaron a implosionar con las descargas subterráneas de la hecatombe económica: cayeron Washington Mutual, First Heritage Bank, First Priority Bank, The Columbian Bank, Silver State Bank, Ameribank, entre otros. Las previsibles pérdidas totales de esta crisis inmobiliaria rebasarán con mucho más de 3 billones de dólares.
Los periódicos exponen las cosas un poco más confusas y complicadas para el entendimiento de Margarita, que apenas tiene quinto de secundaria y se ha pasado la vida trabajando en una textilera como operaria para mantener los estudios de Pablo. Sin embargo, también comprende la crisis y se imagina a los bancos y financieras derrumbándose uno tras otro, como barajas de ilusionista, afectando las economías de todo el mundo y causando la crisis más grave desde los años treinta.
Los años, treinta, vaya, cómo ha pasado el tiempo. Ella ha nacido en esa década y cuando era niña todavía alcanzó a escuchar de esa otra crisis tremenda. Lo escuchó no porque le interesara, sino porque su tío Arnulfo, hermano mayor de su padre, vivía en los Estados Unidos y contaba en sus cartas desesperadas que la gente había invertido mucho en la bolsa y había comprado demasiadas casas y a la hora de la verdad no podía pagar. Describía a vendedores de fruta en todas las esquinas de Nueva York, largas colas de obreros fabriles en busca de trabajo, madres con sus hijos durmiendo en la calles. Todo eso había empezado en octubre de 1929. El 25 por ciento de los trabajadores había perdido su empleo, los salarios habían bajado el 60 por ciento y miles de bancos y negocios fueron arrasados por la quiebra. Los estragos continuaban ocho años después. Margarita, incluso, recuerda que su tío contaba un chiste malvado: los conserjes de los hoteles preguntaban a los huéspedes si querían una habitación para dormir o para tirarse por la ventana. Y si la gente decía que era para saltar, el conserje le decía, está bien, pero póngase a la cola. La historia no acababa allí: la crisis afectó al mundo y, en Europa, sobre todo a Alemania. Esa crisis dio lugar al surgimiento del nazismo. Lo que siguió después, para todos, es historia conocida.
¿Pasará eso mismo ahora? Margarita se consuela con lo que le prometió su hijo: Latinoamérica no será muy afectada. Al menos Perú no, pues ha sido responsable con sus manejos económicos y su bolsa de valores no es muy significativa. Confortada, decide volver a su casa, porque ha empezado a hacer frío. Atraviesa la Avenida Ignacio Merino, con lentitud porque no hay autos, y dobla por el jirón Cuba. Su casa es una de un solo piso, desconchada por la humedad, una auténtica casa de barrio. Abre la puerta, su perro sale a recibirla moviendo la cola, ella le acaricia la cabeza, pero también le hace mimos a sus dos palomas que se agitan dentro de la jaula. De pronto ve en el suelo un sobre azul. Lo levanta, con dificultad, y mientras rasga el sobre ingresa a la cocina. Su hijo Pablo está allí, tomando un vaso de cocoa con unos panes. “Viejita”, le dice, levantándose y plantándole un beso entre los cabellos. “Hola, mi amor”, le responde ella. Pablo le comenta que ha dejado el automóvil en un taller y que ya al día siguiente irá a sacarlo. “Quiero estar con los niños”, le confiesa. Ella termina de abrir el sobre azul y, tras desdoblar y mirar el papel, clava una mirada inquisitiva en su hijo. “¿Qué es eso?”, le pregunta él. “No lo sé”, le contesta ella, entregándoselo. Pablo recibe el papel, lo lee, abre los ojos, se espanta: “Dios mío, mamá, ¿qué has hecho?”. Ella lo mira con cara de niña que ha cometido una falta. “¿Has invertido los ahorros de toda tu vida en la Bolsa de Valores?”. Ella se levanta de hombros: “no lo sé. Vino el chico de la AFP y me ofreció triplicar mis ahorros”. Pablo sigue como pasmado: “ay, mamita, has comprado acciones mineras y todas, todas han caído por la crisis de los Estados Unidos. No te queda nada”.

De Wall Street a la bolsa de postergaciones, por Wilber Huacasi

Viajando en un bus rústico, rumbo a las alturas de la sierra peruana, me encontré en una madrugada de mediados de julio, con Roque Llalle, un poblador que vive en la región más pobre de Perú: Huancavelica. Roque es autoridad en su natal Carhuancho. Me contó que venía gestionando desde hace años el acceso al servicio de energía eléctrica. En su tierra, el acceso a los medios de comunicación es muy limitado. Por lo tanto, Roque y sus vecinos tenían escasa referencia de eso que llaman crisis mundial o crisis financiera. En su tierra no hay bolsa de valores ni Wall Street, las únicas bolsas que existen son aquellos costalillos desgastados donde trasladan su pobreza.
A miles de kilómetros, en Estados Unidos, donde no hay buses rústicos y energía eléctrica es lo que sobra, los gigantes de la industria del automóvil acaban de pedir al Congreso norteamericano 34 mil millones de dólares para sortear la crisis y salvar a un sector en el que trabajan cinco millones de personas. La crisis continúa, como continúa Roque gestionando el servicio eléctrico para su pueblo. Un millón
Más cerca, en Lima, inaugurando un establecimiento de salud, el presidente peruano Alan García, acaba de rejurar que nuestro país está preparado para afrontar la crisis mundial. Que el Perú está reaccionando muy bien. Que la desocupación y fuga de capitales es en otros países. Que todo es color de rosa. Mala suerte. La agencia gubernamental Andina, no tardó en informar sobre el cierre de la Bolsa de Valores de Lima con un retroceso de 1.15 por ciento. La caída, según la agencia, es "como consecuencia de la incertidumbre en la economía de Estados Unidos y la crisis financiera mundial". Mientras en Brasil, México y Argentina las bolsas cerraron con resultados positivos, en Perú sucedió lo contrario debido al peso que tienen las acciones mineras.
"¿Y qué tiene que ver eso de Wall Street o eso de la bolsa de valores, con la energía eléctrica para mi pueblo?", se pudo haber preguntado Roque mientras seguíamos viajando en el bus rumbo a las alturas de Huancavelica. Quizás para él resulte un poco difícil entender que la minería es el más importante sector en la economía peruana. Y que de los impuestos generados por este sector podrían depender la instalación del servicio eléctrico y el acceso a otros servicios básicos.
Pedro Francke, un economista peruano que no concilia con el discurso optimista del presidente Alan García, advirtió hace poco que el impacto de la crisis en el sector minero se verá con más nitidez en dos años. En 2010 los resultados de las compañías bajarían hasta en 35%. En consecuencia menos recursos para la ejecución de obras. Menos recursos para atender las principales necesidades de los pueblos más olvidados. Menos esperanzas para que Roque pueda gritar en su natal Carhuancho: "¡hágase la luz!", para que la luz se haga realidad.
Aquella madrugada de julio, al culminar nuestro viaje en el bus rústico, Roque y yo llegamos juntos a uno de los distritos de Huancavelica. Yo iniciaba mis labores de reporteo. Roque iniciaba un nuevo viaje, esta vez a pie, rumbo a su terruño… sin luz y sin servicios básicos.

Pega crisis financiera a la familia Churchill, por Raúl Francisco Quiroz

Churchill Pérez, no daba crédito aquella mañana de finales de septiembre en que fue despedido como corredor de bolsa en Nueva York. La crisis financiera había estallado cuando el sistema hipotecario y bursátil no puso soportar la farsa en que se sostenían.
Una noticia tras otra. Todas negras como no se venían desde el Gran Crisis del 29. La ciudad de los rascacielos se derrumbaba, ahora sobre los errores de quienes manejan el dinero en el mundo. Inmobiliarias y bancos se declararon en bancarrota. En fin la economía se estrechó como angosta es la mítica calle que le dio nombre al sistema financiero en la gran metrópoli. Analistas de todo el orbe se aprestaron a explicar la catástrofe.
Que lo créditos hipotecarios de mala calidad se originaron en la competencia interbancaria para dominar el mercado estadounidense y que en esa lucha los bancos recurrieron a colocar créditos hipotecarios irresponsables, sin análisis de historial crediticio, sin comprobación de ingresos, sin enganche, etcétera.
El problema se agravó porque las mismas prácticas irresponsables se extendieron a los créditos al consumo: tarjetas de crédito, financiamiento de compras de automóviles y hasta créditos de colegiaturas universitarias, todo por conservar la llamada “american life”
Dow Jones & Company, decidió entonces prescindir de parte de su plantilla. Entre ellos se fue Pérez, quien llevaba cinco años en la compañía.
En Culiacán, Sinaloa, como cada mañana doña Teresa Pérez, se levantó a las 6 de la mañana a preparar el desayuno de sus hijos: Ricardo que va a la preparatoria, Eleonora, a secundaria, y Rafael, que trabaja como cuida-carros en un centro comercial.
Sólo tortillas con frijoles refritos. Así desde hace un mes, en que Churchill el mayor de sus hijos, dejó de enviarles la remesa en dólares que religiosamente llegaba desde hace casi cinco años. Ricardo, esta en un dilema. Estudiar administración de empresas en la Universidad local, carrera que cursa la mayoría, o seguir el camino del mayor de los hermanos, dice que éste, en la última ocasión que les llamó advirtió que un fuerte déficit de empleos, sobre todo para los latinoamericanos. En unos meses tendrá que decidir.
Una de esas mañanas, cuenta doña Teresa, prendió la televisión y se encontró al titular de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP), Agustín Carstens, reiterando que la quiebra del banco estadunidense Lehman Brothers no afectaría a México, dado que esta crisis financiera es diferente a otras.
Semanas más tarde, leyendo el periódico, encontró las declaraciones del presidente Felipe Calderón, que insistía lo mismo. Que el sistema financiero mexicano no estaba en riesgo, y habrían de resistir porque la banca estaba fortalecida, además de que contaban con una política fiscal consolidada.
Sin embargo en la casa de ella, la crisis ya había pegado, contrariando el discurso oficial. Con apenas unos pesos que Ricardo traía, luego de cuidar coches, apenas alcanzaba para comprar un kilo de tortillas, frijoles, un trozo de queso.
Dice que apenas hace un par de días le llamó Churchill, desde Chicago, donde ahora se encuentra. Posiblemente encuentre trabajo en una armadora de autos. Nada más que su esperanza estriba en que el Congreso gringo, rescate a las empresas automotrices, casi en quiebra por la debacle financiera.

Teléfono para Obama, por Pedro Noli

-¿Hola?… ¿Coco? ¿Sos vos?
-Sí, boludo ¿quién más te va a hablar desde mi celular?
-La puta que te parió, Coco… ¡resucitaste, la concha de tu madre! No te puedo creer.
-Y sí, yerba mala…
-¿Pero dónde estás?
-En el sanatorio Martinez. Tengo el culo helado por la manta de mierda esa que te ponen acá y que te deja las nalgas al aire ¿Vos? ¿En el diario?
-Sí, sí, en el diario. ¿Pero estás bien? ¡Un año en coma, Coco!
-Sí, boludo. Te digo que estoy bien, pelotudo.
-Vos siempre tan amable, Coco. Pensaba que nunca más íbamos a hablar.
-Y vos siempre tan llorón, Chato. Dale, contame sobre qué estás escribiendo.
-¿Y tu mujer, Coco? ¿Sabe que estás bien?
-No, ¡qué va a saber! Esa ni sabe hacer milanesas. Me desperté hace unas horas y pedí que no le dijeran a nadie. No voy a salir al mundo hecho un burro.
-Siempre igual, vos. Acá ando, en el diario. Franeleo un cable sobre el concierto de Condolezza Rice.
-¿Qué? ¿Un concierto de Condolezza Rice? ¿Se hizo rock star?
-No, no. Pasa que tocó el piano para despedirse de su cargo, fue en el palacio de Buckingham.
-Pobre Jagger… ¿No habrá estado en el público?
-No, pero estaba la Reina Isabel II. Y dijo que el mundo la va extrañar.
-Y sí, al gobierno de Bush le hacían falta cambios, Chato.
-Es que no está más Bush.
-Bueno, Bush, Mc Cain o quien lo haya sucedido es lo mismo.
-Es que al final no ganó Mc Cain. Ganó Obama, el negro Obama.
-No te puedo creer, qué alegría me da. Se vienen cambios en Estados Unidos entonces.
-Ehh… sí, aunque la mitad del gabinete nuevo es Republicano. Y para Sudamérica parece que no tienen grandes ideas.
-Y qué importa, mientras no nos rompan las pelotas y nos deje en paz está bien. Nosotros nos la bancamos solos. Nosotros podemos.
-Sí, pero hubo un problemita en Wall Street.
-¡No me digás que otro atentado! Estos barba no tienen calma, che.
-No, no. No fueron los turcos. La bolsa se fue a la mierda. Hay recesión en todo el mundo.
-¿Cómo que a la mierda?
-Sí, Coquito. A la mierda, el planeta se fue a la mierda. Especulación inmobiliaria, movidas con los intereses, lo mismo de siempre. Perdieron los más ricos y para evitar perder más, hicieron perder a los más pobres, que son sus empleados.
-Uy, boludo.
-Mirá: ayer me decían que en España se viene jodida para todos los inmigrantes que están allá porque les cerrarán el chorro de laburo y emplearán, seguramente, gente de ese país.
-Y es mucha gente.
-Además ya corrieron a empleados de bancos, de fábricas de autos, los países empezaron a ver qué hacer con este kilombo.
-Pero Kirchner debe tener un buen plan ¿no?
-Ya no está Néstor. La presidenta ahora es Cristina, su jermu, aunque sí, los planes del gobierno siguen siendo de él. Ella le hace caso en lo que diga y después se pinta para salir sonriente en una foto con Madonna e Ingrid Betancourt.
-Qué chulula que será ¿Pero controló el lío?
-Apenas estalló todo salió a decir que no habría problemas. Dijo que el país estaba más sólido, que no era el de antes que tambaleaba ante cualquier crisis, como pasó con el efecto Tequila y el Caipirinha.
- ¡Qué grande Cristina! Poniendo huevos como hay que poner.
-Ehh… sí, pero bueno, ahora dijo que en realidad no era tan así. Que la crisis llegaría a Argentina.
-Bueno, habrá que ver, entonces. ¿Y vos cómo andás?
-Acá ando. Sigo viviendo en Buenos Aires, con Diego. Sabés que hace un mes lo corrieron de Clarín. Le dijeron que no le podían renovar el contrato. Había laburado ahí siete años. ¿Y podés creer que esa misma semana Anita, la hermana, se quedó sin laburo también? Ella es socióloga y la rajaron de un día para otro.
-Está jodido entonces.
-Y un poco más jodido que hace un año, Coco. Esta tarde paso a visitarte. Que alegro que estés bien. Llamala a tu mujer, boludo.
-Dale, te espero. Pero no me traigas más pálidas, que recién me despierto de un coma profundo.
-¡Vos me llamaste para que te cuente, Coco!
-Sí pero no era para tanto. Y además ahora mi mujer me tiene que contar qué pasó con ella. Chau, Chato.
-Un abrazo, Coco.

Vidas cortadas en tiempos oscuros, por Marciele Brum

Maria das Graças, 33 años, tenía prisa ayer. No quería retrasarse para el trabajo que le garantizó la compra de una casa simple y la lavadora de ropas a ser regalada a su madre en el navidad. A las siete menos cuarto ya estaba en la fábrica de máquinas agrícolas, en Horizontina, Rio Grande do Sul. Después de un año desempleada, ella fue una de las 300 personas contratadas por la multinacional John Deere en el inicio de 2008.Cuando llegó, dió un "buenos días" sonoro con una sonrisa. Entonces, percibió que nadie trabajaba y todos lloraban como si hubiera muerto un familiar._ Qué pasa? _ indagó Maria._ Es la crisis, la crisis estado-unidense _ era lo que decían los empleados entre lágrimas.Ella prefirió fingir que no compreendía lo que ocurría. Tenía un hijo de dos años para sustentar, un financiamiento a ser pago en 20 años y doce prestaciones de la lavadora para pagar. Vestió su uniforme y empezó a producir las recolectoras de granos que iban a Argentina en dos semanas._ Los argentinos no quieren más. Suspendieron todos los contratos _ gritaba su compañera Lucia.María tuvo de aceptar la situación. El miércoles por la noche, los directores de John Deere eligiran 200 funcionários para dimitir y así no perjudicar el lucro previsto para el año. _ Lo siento _ decía el director de la fábrica, Manoel García, a sus empleados.Lo mismo pasó en otras multinacionales de humo que se ubican en Santa Cruz do Sul en la misma provincia. En las empresas nacionales, aún no hubo desempleo, pero no hay admisiones. La Organización Internacional del Trabajo (OIT) calcula que 20 millones de personas pueden ser puestas en la calle en razón de la crisis financieira global, que empezó con la quiebra de bancos estado-unidenses y recogió los demás países. Hasta el final de 2009, el número de desempleados puede subir de 190 millones para 210 millones. Además, los trabajadores pobres, que viven con menos de US$ 1 por día, deben crecer de 40 millones para 100 millones.En Brasil, el martes pasado, a tres mil quilómetros lejos de Horizontina, el vendedor paulista de inmuebles Raul Rodriguez daba un tiro en su cabeza en razón de las pierdas en la Bolsa de Valores de San Pablo. Sacó su vida después de perder todo su patrimonio construido en 40 años de trabajo.Diez minutos después, a las 10h de la mañana, la ministra-jefe de La Casa Civil, Dilma Rousseff, pedía tranquilidad a todos los brasileños:_ No es necesario el pánico. Tenemos maneras de garantizar el empleo _ dijo Dilma.Qué el gobierno va hacer? _ questionaran los periodistas:_ No puedo decir ahora. Pero se queden tranquilos. Es seguro.Al mirar la ministra en la tele, la ex-empleada de una carnicería Rosana, 26 años, tuvo una rabia repentina y contestó:_ Cómo puedo quedarme tranquila ya que perdí mi empleo y no hay nada más que hacer en mi pequeña ciudad? No podremos más hacer nuestra fiesta de bodas _ comentó Rosana con su novio en Santiago, Rio Grande do Sul.

La crisis que no vemos, por Isabela Garrido Barboza

En una de sus conversaciones en cadena nacional, Hugo Chávez dijo riendo y feliz que la crisis no afectaría a los venezolanos. Decía, refiriéndose a organizaciones como Merril Lynch o Lehman Brothers que “tienen diez años diciendo que la economía venezolana va a caer, pero no fue así, cayeron ellos primero jajajajajaja”, rió a carcajadas.
Las reacciones de este jajaja, se sintieron en la prensa nacional, sendos trabajos explicaban y echaban por la borda lo dicho por el mandatario, sus seguidores simplemente repitieron lo que “mi presidente” dijo y no se molestaron en analizar, sin embargo, algo pasaba cuando salían a la calle.
En lugar de comprar seis paquetes de harina ahora sólo compraban tres o dos , si compraban un kilo de carne molida pues ahora era sólo medio y así de a poco. Malestar e inconformidad se convirtieron en compañeras fieles de compras, sin embargo, el debate de la situación en la calle, el cómo afrontar la crisis y qué hacer eran temas marginados, quizá por desconocimiento.
Ahora la inflación se ubica en más de 20% y se ha incrementado con la crisis, pero llegó diciembre y más que pensar hay que comprar, así esté caro. Las luces, la pinta, las hallacas se roban el tiempo de mirar cómo es que el barril del que vivimos ahora cuesta 40 dólares y no como en julio de este año que llegaba a 126.
En diciembre también llegan la temporada de beisbol entonces el país se convierte en un Caracas-Magallanes, Tiburones –Águilas, Tigres-Caribes y así pasan los días hasta que llega enero, mes en donde los bolsillos vacíos conllevan, ahora sí, a pensar en la crisis, en los bancos y en la risa de Chávez que nos decía que nada iba a pasar.
Pero el análisis muere cuando llega febrero y su carnaval, las bombas de agua, el disfraz de negrita, los desfiles y el viaje a la playa, así esté caro, desvían de nuevo la atención hasta que llega Semana Santa y las vacaciones de agosto y, por supuesto , de nuevo diciembre.

Modestos y humildes, los argentinos, por Federico Bianchini


Modestos y humildes, los argentinos

"Estamos viendo cómo este primer mundo que nos habían pintado en algún momento como la meca a la que debíamos llegar, se derrumba como una burbuja y aquí nosotros, modestos y humildes, los argentinos, con nuestro proyecto nacional, estamos en medio de la marejada: firmes", dice la presidenta argentina Cristina Kirchner, en un discurso enérgico, hace poco menos de tres meses. Y, aún en ese momento, mediados de septiembre, cuando el conflicto financiero mundial no es más que algo que está empezando a suceder, las palabras suenan raras.
Hoy. El banco de crédito suizo anuncia el despido de 5.300 empleados. La ONU advierte que la crisis financiera podría afectar la respuesta mundial contra el HIV. El gobierno chino destina US$ 14.600 millones a entidades estatales para préstamos. Más de 47.000 trabajadores de la industria automotriz brasileña son obligados a tomar vacaciones. Y aquí, nosotros, modestos y humildes, los argentinos.
Dos meses atrás, a la tarde, suena el teléfono. Es el editor. Dice que estaría bueno publicar una nota sobre un proyecto de microcréditos que organiza la secretaría de trabajo de un municipio local. Un pueblo en el que viven unas 600 mil personas. "Hablá con el secretario, pedile que te cuente qué es lo que están haciendo. ¡Ah! Parece que, además, quería contarte otra cosa", dice.
Llamo. El secretario de trabajo del municipio local me pide que nos encontremos en un bar. No quiere hablar por teléfono. Supongo que teme que lo grabe. Me encuentro con él. Le pido que hablemos sobre el proyecto de microcréditos. "Sí. Después te lo cuento", dice y luego habla sin dejar espacio para preguntas o acotaciones. Parece angustiado.
"¿Sabés cuál es el problema? El gobierno nacional dice que no pasa nada. Que todo está bien, que estamos firmes ante la crisis. Pero acá las fábricas empiezan a suspender y a echar gente y nosotros tenemos que dar la cara. Lo peor es que si uno no reconoce que hay crisis no puede tomar medidas contra la crisis, porque la crisis no existe. Así que se sigue igual. No quieren mostrarse débiles, pero es absurdo. Estuve hablando con presidentes de varias empresas del parque industrial y las que no cesantearon personal, ya están consultando sobre los programas anticrisis", dice y luego sí, me cuenta sobre el proyecto de microcréditos.
Hoy, la presidenta argentina Cristina Kirchner indica segura: "Es ingenuo creer que hay países que no sufrirán coletazos de la crisis". Y la verdad es que uno se indigna. Cómo puede ser que nosotros, modestos y humildes, los argentinos, tan lejos de ese primer mundo que nos habían pintado en algún momento como la meca a la que debíamos llegar, estemos en medio de la marejada, pero no firmes, sino tratando, como podemos, de mantenernos a flote.

Los precios son los mismos, por Juan Miguel Álvarez

“El estallido de la burbuja inmobiliaria”, dice en un periódico. “La morosidad en las hipotecas subprime de Estados Unidos”, dice en otro. “La caída de instituciones financieras”, aclaran en la televisión. “Hay que inyectar capital a los mercados financieros”, aconsejan los expertos. Todo suena como un anagrama camuflado de claridad. ¿Quién que no sea un inversionista de gran capital entiende qué sucede con la economía global? Explicaciones van y vienen; unas menos cualificadas que otras: es como si de un momento a otro, tu dinero valiera menos, si antes con un dólar comprabas una cocacola, ahora te cuesta dólar y cuarto. Es como si te pusieras de acuerdo con los vecinos de tu ciudad para decirle a los bancos que nadie de ustedes tiene dinero para pagarle la cuota del crédito en los siguientes años.
Lo indescifrable es que eso ha ocurrido en la clase media gringa que es la que abre hipotecas como método tradicional de conseguir vivienda y sus efectos han arrastrado, como por efecto dominó, a las economías más fuertes del mundo. Que alguien me lo explique. Que alguien diga en lingua franca por qué la crisis económica de Estados Unidos —que es en sus términos y con su moneda que es la del mundo— arrastra consigo la economía centro europea, la latinoamericana, y hasta la asiática, excepto China. ¿Qué ha hecho China para sobreasegurarse?
El presidente Uribe corre a decir que la crisis no afectará la economía colombiana, que aún somos pequeños, que nuestros bonos de capital no perderán mucho, después de todo, y que los colombianos podemos dormir tranquilos. Y vas por la calle y los precios son los mismos. La gente tiene dinero para tomar un taxi, para pagar el almuerzo, para mercar y hasta para darse en la cabeza el viernes en la noche. Eso sí: si pides crédito en un banco, debes demostrar que tienes con qué pagarlo y en tal caso, ¿para qué pedir un crédito?
Pasaron algunos días. Menos de un mes. En CNN en español aún se debatía sobre los efectos de la crisis financiera global en Latinoamérica a pesar de que para la mayoría de la población de Colombia Wall Street es como un fantasma sólo que menos real. De súbito lo inesperado: se quebró nuestro sistema financiero vernáculo y ahí sí, cantidades de gente con el pánico en los ojos, llenaron las calles con sus reclamos y su violencia habitual, bien colombiano el asunto.
Decenas de pirámides o subrepticias captadoras de dinero no pudieron cumplir con los pagos a sus contribuyentes-tahures y se declararon en bancarrota. Cerraron sus oficinas de una mañana a la otra y se perdieron con el dinero, como la más clásica historia de estafadores de pueblo. “Primero se acaban los marranos que el aguamasa”, me dijo después un amigo que perdió 250 dólares en esa especie de banca paralela. “Usted sabe, tratando de salir adelante”.
Luego, Uribe sale a decir que intervendrá a todas las pirámides, que las cerrará, que tratará de devolver el dinero a las personas, que encanará a los culpables. Pasto, Mocoa y otros municipios imponen toque de queda para controlar las socorridas vías de hecho a las que nos hemos acostumbrado.
La crisis financiera global pasa de largo y la quiebra de unos embaucadores pone en peligro la estabilidad económica de cientos de miles de personas en el país. La caída continua de Wall Street sólo afecta a los capitales que se tazan en millones de dólares; el desmoronamiento de las pirámides arriesga el estado de derecho en capitales de departamento.
Claro: ni lo de Wall Street fue tan grande como para quebrarnos ni lo de la banca paralela fue tan noble como se creía. Los pobres no perdieron ni en uno ni en otro porque nunca invirtieron; los ricos como tampoco son tan ricos no perdieron en la bolsa y si perdieron en las pirámides no es problema de gran tamaño; pero nuestra sobrepoblada clase media de inigualable arribismo, sí que perdió y ahora sólo pueden ver su dinero en las imágenes recicladas de los maseratti y los lamborghini que Murcia Guzmán tenía para su papel de magnate de cola de caballo.

¿Y a mí qué me importa 'GUOL ESTRIT'?, por: Tomás Hidalgo Nava

¿Regresarse? Ni soñando. ¿Cómo crees, vieja? Y para decirlo más claro: ni madres. Cruzar por el desierto de Arizona, a más de 45 grados de temperatura, extorsionado por los polleros, o a través del Río Bravo bajo la complicidad de la noche y evadiendo los lentes infrarrojos de la Border Patrol , ha sido un precio muy alto para los cientos de miles de inmigrantes mexicanos que se la juegan para ir a Estados Unidos, gringolandia, el gabacho, la tierra del sueño.
Si bien la crisis económica en la Unión Americana y el endurecimiento de las leyes contra la inmigración indocumentada han dejado sin empleo a miles de los 400 mil nacionales que emigran cada año a Estados Unidos, salirse de allá y regresar a sus lugares de origen sería como dejar el purgatorio para refugiarse en el séptimo círculo del infierno.
Ni modo, la familia tendrá que esperar. Que si ya se nos acabó la lana, Chuy, y tú no mandas ni para las tortillas; que si la hija tendrá que festejar los 15 años hasta que tenga 20, con todo y vestido de muñeca de pastel, chambelanes vestidos de cadetes, hielo seco y el primer vals con papá; que si la cosecha se perdió porque no hubo para comprar fertilizantes. Ya ni la haces, Chuy. Ni modo, ni modo, ¿qué se le va a hacer, mujer? Ya no hay oportunidad de enviar el billete verde porque apenas alcanza para malvivir.
El hecho es que, según cifras del Banco de México, las remesas que los mexicanos envían a sus familias en Estados Unidos van en franca picada. De manera acumulada, sumaron 15 mil 553 millones de dólares entre enero y agosto de este año, lo cual representa una baja del 4.17 por ciento respecto del mismo lapso del año pasado. Por si fuera poco, tan sólo en agosto disminuyeron en 12.16 por ciento a tasa anual, la peor caída desde que el banco central empezó a medir este índice hace diez años.
Que si la crisis inmobiliaria, que si el aumento en el costo de las gasolinas, que si los créditos de alto riesgo, que si el desplome de Bear Sterns… “¿Y con qué se come eso?”, se preguntarán algunos de los hermanos, esposas y madres en espera de los dólares que cada mes iban a cambiar a Wall-Mart o a Banamex. “A nosotros nos vale un cacahuate todo esto. ¿Y ahora cómo poner los frijoles sobre la mesa?”, se dirán otros. Lo importante es que alcance la feria en el mercado y no tener que dejar de pagar la renta para irse a vivir con los suegros y cuñados en algún departamento de 70 metros cuadrados en la Unidad CTM Culhuacán. No, ni madres. “¿A ver cómo le haces, Chuy? Me oíste. ¿Que ya no puedes llamarme? Pues échale otra cora al teléfono. ¿Ni para eso hay, mi vida?”.
Y mientras se debaten entre el volver o quedarse, entre el regresarse al campo o lanzarse al hoyo negro de la capital, el Presidente Felipe Calderón asegura que la crisis estadounidense no pegará tan duro, será un mero raspón; que no sucederá como en otros tiempos, cuando a Estados Unidos le daba una gripe y a México una pulmonía. Pero la realidad es que la neumonía estadounidense ya se está convirtiendo en un infarto pulmonar para México.
Y para muestra, unos cuantos botones: Debido al desplome en la demanda de gasolina en Estados Unidos, el precio del petróleo crudo mexicano cayó 6.2 por ciento el mes pasado, y en los primeros días de diciembre quedó en 35.06 dólares por barril, después de haber roto el techo de los 100 dólares hace unos cuantos meses, 13. 94 dólares por debajo de las previsiones del presupuesto de ingresos del 2008. Además, la industria automotriz mexicana reducirá la producción y despedirá a miles de empleados. Los gringos ya no quieren camionetas ni camiones; sólo autos pequeños.
Y para colmo, Expertos de Merrill Lynch, JP Morgan, Monex e Invex, ven un magro crecimiento para el país de sólo 0.4 por ciento en 2009.
“Ya te dije, Chuy, no te entiendo. A mí no me hables en inglés, ni con una retahíla de números, pues no comprendo nada de los tantos por cientos. Yo no sé, pero a mí me mandas el billete para comprar las tortillas”, podrían decir quienes aquí se quedan.

Mi quiebra en Wall Street, por: Nelson Fredy Padilla

Difícil olvidarlo: 15 de septiembre de 2008. Mauricio, mi asesor financiero en el Citibank me llamó a primera hora. “El banco nos pidió citar a todos los inversionistas para que replanteen lo más pronto posible su portafolio”. -No entiendo ¿Qué pasó?
“¿No está viendo CNN? El banco de inversión Lehman Brothers se declaró en bancarrota, la Reserva Federal de Estados Unidos está en emergencia, el Dow Jones cayó 160 puntos”. -¿Y eso qué significa? “Que estamos en una crisis grave. Nunca había bajado tanto desde los atentados del 11 de septiembre. El sistema financiero necesita 700 mil millones para no colapsar”. -¿Perdí mi dinero? “No, pero es mejor que venga personalmente para que charlemos”.
Me acababa de soltar una noticia mundial y, por primera vez en mi vida, no corrí hacia el periódico sino hacia el banco, a defender mis intereses. Llegué asustado a la Avenida Chile, el atractivo centro financiero de Bogotá. Allí está la oficina principal del Citibank. En el primer piso reclaman “regalitos” quienes usan la tarjeta de crédito de manera compulsiva. El segundo es para los ahorradores de a pie. El tercero es el de los “adinerados”, los clientes Citigold como yo. No se sube por escaleras sino por ascensor privado. Lo reciben a uno con café de primera calidad, lo invitan a sentarse en una poltrona. Al frente hay una pantalla plana gigante que actualiza al instante los indicadores de las principales bolsas del mundo. La decoración es retro. Hay retratos en blanco y negro que muestran personas en estado de relajación. Se ven seguras, dichosas, disfrutan de la vida. La primera vez que subí me dije: Después de tanto trabajo, este es el nivel que me merezco. Recuerdo que estaba entre el gentío del segundo piso y Mauricio me convenció de que con el dinero que tenía podía abrir un pequeño portafolio de inversiones. -¿Cuánto tengo que arriesgar? 25 mil dólares, el mínimo requerido para tener derecho a subir al tercer piso. Parecía fácil. Sólo era cuestión de escoger los fondos de inversión indicados, sacarle el jugo a la globalización. ‘No dejar todos los huevos en una sola canasta’. Un porcentaje en bonos del gobierno americano, otro en acciones farmaceúticas, algunas más en no sé qué de la isla de Bermuda, en fin, al cabo de un año podía ganar un 30 por ciento más de la inversión. No volví a usar tarjetas azules sino doradas. Mi nombre está escrito en relieve y al lado la NY de Nueva York. Podía sacar dólares de los cajeros. Veía en el noticiero a los poderosos tocando la campanita de apertura en Wall Street y me sentía parte de ese club.
Todo parecía ir sobre ruedas hasta este lunes negro. Caras de amargura. Nadie estaba sentado en las poltronas. No pedí café sino agua aromática. Mauricio, el hombre amable y calmado, apareció en actitud agitada. Me invitó a pasar a uno de los reservados, una oficina desde la que podíamos llamar a Nueva York, a Miami o a donde fuera para mover la inversión a conveniencia. Traía dos hojas en la mano. Era el estado de mi cuenta. Había perdido el 25 por ciento de los ahorros de toda mi vida en una sola mañana. No pronuncié palabra por un momento. “Como su inversión es pequeña sus pérdidas son menores”, intentó consolarme Mauricio. No sabía si desahogar mi indignación contra él o contra los malditos cuadros. Por dentro me maldecía por haber caído en la tentación, por dármelas de rico. Recompusimos el paquete para no seguir perdiendo al mismo ritmo. En algún momento le dije a Mauricio que quería retirar como fuera lo que me quedaba, pero él me explicó que no debía hacerlo antes de cinco años, que eso implicaba penalidades grandes, que era mejor esperar a que la crisis cediera.
Salí deprimido, no bajé por el ascensor sino por la escalera. La gente del segundo piso hacía fila. La envidié. La del primer nivel salía feliz con su sanduchera. Yo me fui sin nada.
Nunca antes le había prestado atención al secretario del Tesoro de los Estados Unidos. Ahora tengo pesadillas con los ojos desorbitados de Henry Paulson. El calvo huye con mi dinero y no logro alcanzarlo por más que corro.
Ya es noviembre. Las últimas noticias hablan de la crisis del Citigroup, de miles de despidos en sus oficinas en un centenar de países, de su posible venta. Llamo a Mauricio. Le digo que quiero retirar lo que quede antes de que caiga también el gran banco de Nueva York desde 1812. ¡Admite pérdidas de diez mil millones de dólares!, le insisto. Me pide calma, ¡que aguante hasta Año Nuevo!
Lo confieso: Todos los días me levanto, pongo CNN y cruzo los dedos para que la economía gringa se recupere. El panorama internacional no cambia. En las calles de Bogotá tampoco. Se encienden y apagan las luces de Navidad. Los caminantes no dejan de hablar de la quiebra de miles de codiciosos por cuenta de las llamadas ‘pirámides’, bancos piratas que prometían duplicar los ahorros en cuestión de meses. Se les ve defraudados aunque la mayoría conscientes del riesgo que corrían. En cambio yo me sentía infalible. Apenas ahora leo que el Nobel de economía, Paul Krugman, había advertido cuatro años atrás que los especuladores estaban inflando las bolsas del mundo y que un día iban a explotar. “La crisis será cruel, brutal y larga”, se ufana ahora. Sal a la herida. ¡Saramago, mi escritor de cabecera, se burla en las páginas del diario en el que trabajo!: “Quienes leyeron ‘Ensayo sobre la ceguera’, tal vez abrieron los ojos para ver lo fundamental”. Les juro que leí la novela con esmero y eso me hace sentir más idiota.

El Wall Street de la esquina, Angélica Alzate Benítez

En una esquina del barrio El Llano se alza en dos varas de aluminio un aviso que anuncia que allí queda la tienda Wall Street.
El nombre del negocio donde se venden papas, yucas, pollo congelado y leche, entre otros alimentos, lo sacó don Carlos Sánchez, el dueño de la tienda, de la primera postal que le envió su hijo Manuel, recién se fue a Estados Unidos, hace 15 años.
Hoy don Carlos tiene 70 años y es un pensionado de la Empresa de Telecomunicaciones de Colombia (Telecom). Hoy Manuel Sánchez tiene 35 años y es un inmigrante que camina por las calles de Los Ángeles buscando quien lo contrate en construcción.
Hace 15 años, cuando Manuel llegó a Estados Unidos, todo pintaba bien para él y la familia que dejaba en Colombia. A sus 20 años entró a las filas de los que conquistaron el "sueño americano", aventurándose a cruzar la frontera que une, o más bien separa, a Estados Unidos de México.
Los primeros años vivió en Nueva York. Gracias a su fuerza, no tan bruta y a lo que le había aprendido a un tío suyo, consiguió trabajo en construcción.
A la semana le pagaban unos 200 dólares. De sus gastos ahorraba y juntaba 400 dólares (320 mil pesos colombianos en ese tiempo) y los enviaba a su papá para que surtiera la tienda. Desde esa época y hasta hoy, con lo que deja la tienda y con la pensión de jubilado de don Carlos, se sostienen cuatro personas, entre ellas el hijo que Manuel tuvo con su novia de juventud y que vive al lado de la tienda. Ella ya se casó con otro, pero Manuel sigue sosteniendo a su hijo.
Hace 3 años Manuel se fue para Los Ángeles, de la mano de una hondureña. El trabajo iba bien, hasta le rendía más el dinero, porque pagaba menos de renta.
Mensualmente, la remesa de dinero llegaba a las manos de don Carlos y él, con este dinero que al cambio de hoy son como 800 mil pesos, aperaba su tienda. Sin embargo, algo empezó a ir mal. Con la reciente crisis económica de Wall Street y la recién declarada recesión económica en Estados Unidos, de lo que Manuel no entiende mucho, pero que ha visto algo en noticias, el trabajo empezó a bajar.
Lo que Manuel no ha entendido es que en Estados Unidos, el país que le ha dado para comer durante estos 15 años, la ambición de los bancos ha ido más allá de lo recomendable y concedieron hipotecas a personas con empleos inestables o con pocos ingresos, con la confianza de que el precio de las casas no bajaría. Pero la burbuja inmobiliaria estalló y comenzó a aumentar el incumplimiento de las hipotecas, lo que dejó a los bancos sin dinero.

En "stand by"
Parado en una vitrina del Home Depot, una ferretería gigante de Los Ángeles, Manuel comenta que, lo único que le queda claro de los números y de las flechas que ve subir y bajar todas las tardes en la cadena CNN, es que los grandes constructores quebraron y ya no contratan como antes a los inmigrantes.
Por eso ya no gana tanto. Ahora le ofrecen uno que otro trabajo con un pago entre 5 y 10 dólares la hora, cuando antes le podían pagar hasta 25.
A don Carlos, parado en la puerta de su tienda que cada vez se ve más pobre, también lo empieza a preocupar la situación. Por lo que su hijo le cuenta en llamadas, pues desde hace mucho tiempo no le manda postales coloridas como la que tenía el letrero que le dio el nombre a la tienda, la economía no va a mejorar.
Don Carlos le dice a su hijo, para darle ánimo, que no importa, que si la cosa sigue dura, se venga para Colombia y que aquí sostienen la tienda con la pensión, mientras él consigue un empleo.
Lo que no se imagina don Carlos es que, aunque no vive en Estados Unidos y aunque su pensión no depende de empresas en crisis financiera, también tiene un porcentaje de riesgo. ¿Qué pensaría don Carlos si supiera que 4 mil millones de pesos, de los Fondos de Pensiones en Colombia, están invertidos en moneda extranjera?
La suma representa el 10 por ciento de los Fondos de Pensiones de los colombianos y seguramente, esto no afectará mucho el pago de la anhelada mensualidad. Pero por la cara de don Carlos, cuando los clientes de la tienda comentan el tema, es mejor que no se dé cuenta, pues seguramente, después de saber que su pensión también tiene un riesgo, sumado a la inestabilidad de las remesas que le manda su hijo, que ya se asemeja a la inestabilidad de las varas de aluminio que sostienen el aviso de la tienda Wall Street, el señor dueño de la tienda de la esquina, no volvería a dormir tranquilo y la volatilidad de la bolsa será su peor pesadilla.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Trabajo del segundo día

Bombay: el asalto a una megalópolis del S. XXI

Pinta de púrpura el infierno, por: Raúl Francisco Quiroz

La sangre corrió primero como un hilillo, pero pasados unos minutos fue creciendo en la estación de trenes Chhatrapani Shivaji. El púrpura indicaba el lugar de la tragedia, el nuevo sitio escogido por extremistas musulmanes para perpetrar un golpe de su llamada guerra santa. Otro chorrillos nacían violentamente en los lujosos hoteles Oberoi Trident y Taj Mahal; el Centro Judío Chabad Lubavitch, además de hospitales y de restaurantes poblados por extranjeros.
La sangre es de un color, roja, pero de muchas nacionalidades. Por supuesto de indios, pero también de ingleses, estadounidenses, canadienses, alemanes, australianos, japoneses y fatalmente mexicana. La de Norma Rabinovich, quien había acudido al Centro Judío por ayuda religiosa. Fue como dicen en el momento equivocado.
El drama de la mexicana refleja el de muchas familias que perdieron a sus seres queridos. Hijos, esposos, hermanos, madres y demás parientes esperando. Como los hijos de norma que la esperaban de vacaciones de fin de curso en Israel, donde estudiaban.
Según el Gobierno Indio, los responsables fueron fanáticos islamistas que llegaron desde Pakistán a bordo de un barco que secuestraron. Ya en las costas cercanas a Bombay abordaron lanchas rápidas y posteriormente en taxis se dirigieron a puntos donde mataron indiscriminadamente.
Los sucesos parecen repetir la historia del 11 de septiembre de 2001, en que una célula de alqaeda secuestró aviones que hicieron estallar contra edificios en Washington y Nueva York; y los del 11 de marzo en Madrid, en que islamistas mataron a más de 100 personas en el metro de la ciudad. En la era del terror nadie escapa. Los terroristas, en su mayoría jóvenes, se inmolan por su religión en la creencia que obtendrán el pase directo con Alá.
Atacan en cualquier país. Matan a quien sea, incluso mahometanos que critican sus sangrientas prácticas. Así murió Norma la mexicana que estaba en Bombay. Su pecado es estar en el llamado centro financiero de la India, y buscar reposo espiritual.
El único terrorista que sobrevivió, y fue detenido, Azam Amir Qasab, ha dicho a las fuerzas policiales que la orden de los clérigos que los adiestraron era crear el mayor daño posible.
Y ese daño tenía que ser tal que no sólo pegará a los indios, sino al mundo, el hereje, según sus estrictas normas islámicas. Por eso la sangre que corrió era así, roja, pero de diferentes nacionalidades. El fondo en ese 26 de noviembre era infernal, cuerpos masacrados, sangre por doquier, trenes destrozados, y lujosos edificios quemados. El humo se alza por encima de los hoteles, algunos de extraordinaria belleza victoriana. Pero esa hermosura contrasta con las escenas dantescas que han dejado los terroristas. El intenso púrpura, de los 190 muertos y 600 heridos anuncian más problemas. La India ya acuso a Pakistán de brindar asesoría a los maleantes y esto no es buena señal. No es buen augurio entre estas dos naciones que viven en perenne conflicto. Entre estas dos formas diferentes de religiosidad, la musulmana y la hindú., como telón político de fondo la disputa por Cachemira. Aunque en sentido más amplio los radicales la enmarcan en la confrontación contra occidente y sus símbolos. Allá a la distancia geográfica México también llora su sangre. Y así en varios países.