sábado, 29 de noviembre de 2008

Saludo de Bienvenida

Hay días en los que prefieres no levantarte de la cama. No saber nada del mundo. No abrir las ventanas. No encender la radio, ni la tele. Y aguardas. Esperas. Un par de minutos o unas horas. Te quedas dormida. Y de repente aparece la hilera de cosas por hacer. Llamadas implacables o quizá aullidos ensordecedores. Entonces, por está ocasión te permites gobernar los instintos y ponerlos al orden. Está bien. Haré todo lo que piden. Cumpliré con cada una de las cosas por hacer. Hasta el final. Todo esto sucede cuando esperas, todavía en la cama, a que alguien te llame y te salve.
Me levanté a las nueve. Solita. Sin teléfono ni mensaje de texto al amanecer. Tendré todo un día para huir del amor. Para ubicarme en el polo opuesto. En el camino contrario o en otro asiento. El amor podrá cruzarse por mi casa en algún momento, pero ya habré salido. Y al regreso, llegaré antes, para acostarme y enredarme otra vez en las miles de razones para no querer ni saber.

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