Por Tomás Hidalgo Nava
Günter Wallraff, gurú del periodismo encubierto, no se anduvo con ambages y se fue duro y a la cabeza. “George Bush debe ser juzgado ante un tribunal internacional por sus crímenes de guerra”, dijo la noche del martes en medio del aplauso de una multitud que desbordó la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes.
“En Obama deposito muchas esperanzas, pero ojalá logre sobrevivir a lo que le están heredando”, agregó el autor de Cabeza de turco y El periodista incómodo.
En ésta, su primera visita a México, Wallraff entabló un diálogo con un público que estaba conformado principalmente por estudiantes de comunicación, con cuaderno y grabadora en ristre, y varios periodistas con callo que, a pesar de no haber sido asignados a cubrir la nota (“no es mero hobby; es actualización continua”, comentó alguno), se aparecieron por ahí para tomar una clase a los pies del maestro.
Y de manera literal lo hicieron, pues la falta de asientos disponibles hizo que muchos de los asistentes se subieran al escenario y, en flor de loto o recargados contra la pared, escucharan los consejos de un veterano que ha ganado decenas de batallas a favor de la libertad de expresión y los derechos de las minorías. Parecía un bíblico sermón de la montaña en el que se refrendaba la consigna de bienaventurados los periodistas que se convierten en la voz de los sin voz.
Cuando una persona del público le preguntó sobre qué le gustaría investigar en México, Wallraff afirmó que, sin duda, se interesaría por abordar el tema de los cárteles del narcotráfico y la corrupción gubernamental que hace posible su florecimiento.
Además, le confesó al público que le encantaría aprender de los grupos indígenas, como los tarahumaras, quienes se encuentran en peligro debido a la globalización. “Yo me dedicaría a pasar mucho tiempo con estas culturas”, afirmó.
Aunque dijo haber recibido muchas amenazas en su vida y fuertes advertencias como el incendio provocado de su propia casa, este hombre de 66 años, delgado, de mirada penetrante y sonrisa juvenil, aseguró que las situaciones que ha vivido en el ejercicio de su profesión nunca podrán compararse con el peligro que los periodistas mexicanos padecen frente al crimen organizado.
Para capotear los embates de los narcos en contra de los reporteros que investigan y denuncian sus crímenes, Wallraff sugiere que los dueños de los medios propicien la creación de grupos de periodistas que, bajo seudónimo, publiquen sus reportajes como colectivo. De esta manera, los cárteles y sus sicarios verán el asesinato de un periodista en particular como algo inútil, pues la muerte de éste no podrá acallar la voz de los otros que forman parte del conglomerado. “Los dueños de los periódicos deberían hacer algo para garantizar la seguridad de sus trabajadores”, agregó.
Según este periodista, nacido en Burscheid, Alemania, en 1942, se percibe en México una mayor actitud investigativa en comparación con la de sus colegas germanos. “¿A qué se debe esto? ¿A la tradición de este país? ¿A la solidaridad de los compañeros del gremio?”, inquirió. “No lo sé. Y no me atrevería a juzgar el grado de libertad de expresión en este país. No he estado suficiente tiempo aquí”.
Como parte de la conferencia, se presentó el más reciente documental del propio Wallraff, en el que denuncia las estafas de los call centers en Alemania. Para ingresar a las entrañas de ese monstruo que genera ganancias millonarias por año, el periodista se disfrazó para solicitar empleo en una de estas empresas fraudulentas. El resultado fue que, tras su clara denuncia contra el engaño a los clientes y la explotación de sus empleados, ésta y otras compañías cerraron su changarro y algunas de ellas se fueron a otros países.
Decenas de manos se levantaron para buscar la oportunidad de realizar alguna pregunta. Una de las personas que tuvieron la fortuna de convertirse en entrevistadores de uno de los mejores periodistas de la actualidad le pidió definir su momento más difícil.
Sin tener que pensarlo mucho, Wallraff hizo referencia a su encarcelamiento durante tres meses por parte de la dictadura griega en 1974, experiencia de la cual surgió, entre otras muchas cosas, el libro Nuestro fascismo de al lado. La Grecia de ayer, una enseñanza para el mañana, escrito en coautoría con Eckart Spoo.
A pesar de que el miedo se convirtió en una condición permanente en su vida, Wallraff siempre ha sido congruente con su apoyo a la causa de los derechos humanos. Por ejemplo, cuando el régimen iraní lanzó su condena a muerte contra el escritor británico Salman Rushdie por su novela Los versos satánicos, el periodista alemán le dio asilo en su casa en Colonia.
Al oír sus anécdotas y su concepto del buen periodismo, nadie quería salir de la sala; todos deseaban seguir con la entrevista colectiva a este referente del periodismo de investigación.
Tras la charla, una serpiente humana se abalanzó a la mesa donde se encontraba Wallraff, con el deseo de que les firmara ejemplares de sus libros y se tomara fotos con sus aprendices. Alguien aprovechó para obsequiarle la versión en alemán de Yo, Marcos (sobre el subcomandante, por supuesto), de María Durán de las Heras. Otros, a falta de ejemplares, le extendían cualquier papel para que firmara sobre él. Lo importante era presumir que el gurú les había dedicado al menos unos segundos.
Günter Wallraff, gurú del periodismo encubierto, no se anduvo con ambages y se fue duro y a la cabeza. “George Bush debe ser juzgado ante un tribunal internacional por sus crímenes de guerra”, dijo la noche del martes en medio del aplauso de una multitud que desbordó la sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes.
“En Obama deposito muchas esperanzas, pero ojalá logre sobrevivir a lo que le están heredando”, agregó el autor de Cabeza de turco y El periodista incómodo.
En ésta, su primera visita a México, Wallraff entabló un diálogo con un público que estaba conformado principalmente por estudiantes de comunicación, con cuaderno y grabadora en ristre, y varios periodistas con callo que, a pesar de no haber sido asignados a cubrir la nota (“no es mero hobby; es actualización continua”, comentó alguno), se aparecieron por ahí para tomar una clase a los pies del maestro.
Y de manera literal lo hicieron, pues la falta de asientos disponibles hizo que muchos de los asistentes se subieran al escenario y, en flor de loto o recargados contra la pared, escucharan los consejos de un veterano que ha ganado decenas de batallas a favor de la libertad de expresión y los derechos de las minorías. Parecía un bíblico sermón de la montaña en el que se refrendaba la consigna de bienaventurados los periodistas que se convierten en la voz de los sin voz.
Cuando una persona del público le preguntó sobre qué le gustaría investigar en México, Wallraff afirmó que, sin duda, se interesaría por abordar el tema de los cárteles del narcotráfico y la corrupción gubernamental que hace posible su florecimiento.
Además, le confesó al público que le encantaría aprender de los grupos indígenas, como los tarahumaras, quienes se encuentran en peligro debido a la globalización. “Yo me dedicaría a pasar mucho tiempo con estas culturas”, afirmó.
Aunque dijo haber recibido muchas amenazas en su vida y fuertes advertencias como el incendio provocado de su propia casa, este hombre de 66 años, delgado, de mirada penetrante y sonrisa juvenil, aseguró que las situaciones que ha vivido en el ejercicio de su profesión nunca podrán compararse con el peligro que los periodistas mexicanos padecen frente al crimen organizado.
Para capotear los embates de los narcos en contra de los reporteros que investigan y denuncian sus crímenes, Wallraff sugiere que los dueños de los medios propicien la creación de grupos de periodistas que, bajo seudónimo, publiquen sus reportajes como colectivo. De esta manera, los cárteles y sus sicarios verán el asesinato de un periodista en particular como algo inútil, pues la muerte de éste no podrá acallar la voz de los otros que forman parte del conglomerado. “Los dueños de los periódicos deberían hacer algo para garantizar la seguridad de sus trabajadores”, agregó.
Según este periodista, nacido en Burscheid, Alemania, en 1942, se percibe en México una mayor actitud investigativa en comparación con la de sus colegas germanos. “¿A qué se debe esto? ¿A la tradición de este país? ¿A la solidaridad de los compañeros del gremio?”, inquirió. “No lo sé. Y no me atrevería a juzgar el grado de libertad de expresión en este país. No he estado suficiente tiempo aquí”.
Como parte de la conferencia, se presentó el más reciente documental del propio Wallraff, en el que denuncia las estafas de los call centers en Alemania. Para ingresar a las entrañas de ese monstruo que genera ganancias millonarias por año, el periodista se disfrazó para solicitar empleo en una de estas empresas fraudulentas. El resultado fue que, tras su clara denuncia contra el engaño a los clientes y la explotación de sus empleados, ésta y otras compañías cerraron su changarro y algunas de ellas se fueron a otros países.
Decenas de manos se levantaron para buscar la oportunidad de realizar alguna pregunta. Una de las personas que tuvieron la fortuna de convertirse en entrevistadores de uno de los mejores periodistas de la actualidad le pidió definir su momento más difícil.
Sin tener que pensarlo mucho, Wallraff hizo referencia a su encarcelamiento durante tres meses por parte de la dictadura griega en 1974, experiencia de la cual surgió, entre otras muchas cosas, el libro Nuestro fascismo de al lado. La Grecia de ayer, una enseñanza para el mañana, escrito en coautoría con Eckart Spoo.
A pesar de que el miedo se convirtió en una condición permanente en su vida, Wallraff siempre ha sido congruente con su apoyo a la causa de los derechos humanos. Por ejemplo, cuando el régimen iraní lanzó su condena a muerte contra el escritor británico Salman Rushdie por su novela Los versos satánicos, el periodista alemán le dio asilo en su casa en Colonia.
Al oír sus anécdotas y su concepto del buen periodismo, nadie quería salir de la sala; todos deseaban seguir con la entrevista colectiva a este referente del periodismo de investigación.
Tras la charla, una serpiente humana se abalanzó a la mesa donde se encontraba Wallraff, con el deseo de que les firmara ejemplares de sus libros y se tomara fotos con sus aprendices. Alguien aprovechó para obsequiarle la versión en alemán de Yo, Marcos (sobre el subcomandante, por supuesto), de María Durán de las Heras. Otros, a falta de ejemplares, le extendían cualquier papel para que firmara sobre él. Lo importante era presumir que el gurú les había dedicado al menos unos segundos.
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