jueves, 4 de diciembre de 2008

El fin de la fiesta, por Sandro Bossio Suárez

Se pasa el pañuelo por la gran calva sudorosa. Resopla. Se llama Warren Buffett y, según los últimos informes bursátiles, su fortuna ha vuelto a devaluarse en mil millones de dólares. Es la sexta vez que ocurre desde que empezó el desastre de la Bolsa de Valores. Perder mil millones de dólares, verlos esfumados en un segundo, es razón justificada para sudar en la calva y resoplar de angustia. Ya casi lleva perdidos 14 mil millones de dólares. Y es que su empresa de seguros e inversiones Berkshire Hathaway reportó que sus utilidades cayeron un 77 por ciento en el tercer trimestre del año, afectadas por suscripción de pólizas y fuertes pérdidas relacionadas con contratos de derivados. “Pobre viejecito”, dice una señora a miles de kilómetros al sur, en Lima, viéndolo en la primera plana de un periódico, sin imaginar, por supuesto, que Warren Buffet sigue teniendo en sus cuentas todo el dinero que el Perú le debe al Banco Mundial. Ella tampoco imagina que, al llegar a casa, le espera una noticia tan terrible, o peor, que la del multimillonario del sudor y los resoplos.
Es una mujer sencilla, apacible, de nombre mexicano: Margarita García Moreno. Así que, tranquila, con sus setenta años a cuestas y várices en los tobillos, pasea un rato más por las calles de Lince, el barrio de clase popular donde vive, y mientras avanza lentamente va recordando lo que su hijo Pablo, un economista sin trabajo estable que hace taxi en horarios de 14 horas para mantener a sus cuatro hijos en edad escolar, le ha explicado: “Es una crisis terrible, mamá, que se ha originado en los Estados Unidos a consecuencia de millones de hipotecas que los bancos concedieron sin garantías a miles de ciudadanos”. Le ha explicado también, como si ella fuera su quinto hijo en edad escolar, que los créditos “subprime” surgieron en la economía norteamericana para atender un sector de la población potencialmente importante que no cumplía con los requisitos de una valoración de crédito rigurosa. Se enfocaron principalmente al mercado hipotecario, pero pronto también se extendieron al consumo y la compra de autos.
El sector creció en forma importante. Estos créditos hipotecarios se ofrecían a tasas y plazos atractivos en un período de baja inflación y con tasas de referencia también bajas. Estas carteras así ingresaron en la bolsa de valores, siendo adquiridas por sociedades de inversión o fondos. El gran problema fue que estos créditos, amparados en un alto ingreso por los intereses generados, se ofrecieron sin un correcto análisis de riesgo, lo que ocasionó que se otorgaran créditos por encima de la capacidad de pago. Por ello, cuando se presentó un incremento de tasas, sobrevinieron los inminentes atrasos, dilaciones, impagos. A partir de eso, las acciones se desplomaron en la bolsa y las financieras empezaron a implosionar con las descargas subterráneas de la hecatombe económica: cayeron Washington Mutual, First Heritage Bank, First Priority Bank, The Columbian Bank, Silver State Bank, Ameribank, entre otros. Las previsibles pérdidas totales de esta crisis inmobiliaria rebasarán con mucho más de 3 billones de dólares.
Los periódicos exponen las cosas un poco más confusas y complicadas para el entendimiento de Margarita, que apenas tiene quinto de secundaria y se ha pasado la vida trabajando en una textilera como operaria para mantener los estudios de Pablo. Sin embargo, también comprende la crisis y se imagina a los bancos y financieras derrumbándose uno tras otro, como barajas de ilusionista, afectando las economías de todo el mundo y causando la crisis más grave desde los años treinta.
Los años, treinta, vaya, cómo ha pasado el tiempo. Ella ha nacido en esa década y cuando era niña todavía alcanzó a escuchar de esa otra crisis tremenda. Lo escuchó no porque le interesara, sino porque su tío Arnulfo, hermano mayor de su padre, vivía en los Estados Unidos y contaba en sus cartas desesperadas que la gente había invertido mucho en la bolsa y había comprado demasiadas casas y a la hora de la verdad no podía pagar. Describía a vendedores de fruta en todas las esquinas de Nueva York, largas colas de obreros fabriles en busca de trabajo, madres con sus hijos durmiendo en la calles. Todo eso había empezado en octubre de 1929. El 25 por ciento de los trabajadores había perdido su empleo, los salarios habían bajado el 60 por ciento y miles de bancos y negocios fueron arrasados por la quiebra. Los estragos continuaban ocho años después. Margarita, incluso, recuerda que su tío contaba un chiste malvado: los conserjes de los hoteles preguntaban a los huéspedes si querían una habitación para dormir o para tirarse por la ventana. Y si la gente decía que era para saltar, el conserje le decía, está bien, pero póngase a la cola. La historia no acababa allí: la crisis afectó al mundo y, en Europa, sobre todo a Alemania. Esa crisis dio lugar al surgimiento del nazismo. Lo que siguió después, para todos, es historia conocida.
¿Pasará eso mismo ahora? Margarita se consuela con lo que le prometió su hijo: Latinoamérica no será muy afectada. Al menos Perú no, pues ha sido responsable con sus manejos económicos y su bolsa de valores no es muy significativa. Confortada, decide volver a su casa, porque ha empezado a hacer frío. Atraviesa la Avenida Ignacio Merino, con lentitud porque no hay autos, y dobla por el jirón Cuba. Su casa es una de un solo piso, desconchada por la humedad, una auténtica casa de barrio. Abre la puerta, su perro sale a recibirla moviendo la cola, ella le acaricia la cabeza, pero también le hace mimos a sus dos palomas que se agitan dentro de la jaula. De pronto ve en el suelo un sobre azul. Lo levanta, con dificultad, y mientras rasga el sobre ingresa a la cocina. Su hijo Pablo está allí, tomando un vaso de cocoa con unos panes. “Viejita”, le dice, levantándose y plantándole un beso entre los cabellos. “Hola, mi amor”, le responde ella. Pablo le comenta que ha dejado el automóvil en un taller y que ya al día siguiente irá a sacarlo. “Quiero estar con los niños”, le confiesa. Ella termina de abrir el sobre azul y, tras desdoblar y mirar el papel, clava una mirada inquisitiva en su hijo. “¿Qué es eso?”, le pregunta él. “No lo sé”, le contesta ella, entregándoselo. Pablo recibe el papel, lo lee, abre los ojos, se espanta: “Dios mío, mamá, ¿qué has hecho?”. Ella lo mira con cara de niña que ha cometido una falta. “¿Has invertido los ahorros de toda tu vida en la Bolsa de Valores?”. Ella se levanta de hombros: “no lo sé. Vino el chico de la AFP y me ofreció triplicar mis ahorros”. Pablo sigue como pasmado: “ay, mamita, has comprado acciones mineras y todas, todas han caído por la crisis de los Estados Unidos. No te queda nada”.

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