La sangre corrió primero como un hilillo, pero pasados unos minutos fue creciendo en la estación de trenes Chhatrapani Shivaji. El púrpura indicaba el lugar de la tragedia, el nuevo sitio escogido por extremistas musulmanes para perpetrar un golpe de su llamada guerra santa. Otro chorrillos nacían violentamente en los lujosos hoteles Oberoi Trident y Taj Mahal; el Centro Judío Chabad Lubavitch, además de hospitales y de restaurantes poblados por extranjeros.
La sangre es de un color, roja, pero de muchas nacionalidades. Por supuesto de indios, pero también de ingleses, estadounidenses, canadienses, alemanes, australianos, japoneses y fatalmente mexicana. La de Norma Rabinovich, quien había acudido al Centro Judío por ayuda religiosa. Fue como dicen en el momento equivocado.
El drama de la mexicana refleja el de muchas familias que perdieron a sus seres queridos. Hijos, esposos, hermanos, madres y demás parientes esperando. Como los hijos de norma que la esperaban de vacaciones de fin de curso en Israel, donde estudiaban.
Según el Gobierno Indio, los responsables fueron fanáticos islamistas que llegaron desde Pakistán a bordo de un barco que secuestraron. Ya en las costas cercanas a Bombay abordaron lanchas rápidas y posteriormente en taxis se dirigieron a puntos donde mataron indiscriminadamente.
Los sucesos parecen repetir la historia del 11 de septiembre de 2001, en que una célula de alqaeda secuestró aviones que hicieron estallar contra edificios en Washington y Nueva York; y los del 11 de marzo en Madrid, en que islamistas mataron a más de 100 personas en el metro de la ciudad. En la era del terror nadie escapa. Los terroristas, en su mayoría jóvenes, se inmolan por su religión en la creencia que obtendrán el pase directo con Alá.
Atacan en cualquier país. Matan a quien sea, incluso mahometanos que critican sus sangrientas prácticas. Así murió Norma la mexicana que estaba en Bombay. Su pecado es estar en el llamado centro financiero de la India, y buscar reposo espiritual.
El único terrorista que sobrevivió, y fue detenido, Azam Amir Qasab, ha dicho a las fuerzas policiales que la orden de los clérigos que los adiestraron era crear el mayor daño posible.
Y ese daño tenía que ser tal que no sólo pegará a los indios, sino al mundo, el hereje, según sus estrictas normas islámicas. Por eso la sangre que corrió era así, roja, pero de diferentes nacionalidades. El fondo en ese 26 de noviembre era infernal, cuerpos masacrados, sangre por doquier, trenes destrozados, y lujosos edificios quemados. El humo se alza por encima de los hoteles, algunos de extraordinaria belleza victoriana. Pero esa hermosura contrasta con las escenas dantescas que han dejado los terroristas. El intenso púrpura, de los 190 muertos y 600 heridos anuncian más problemas. La India ya acuso a Pakistán de brindar asesoría a los maleantes y esto no es buena señal. No es buen augurio entre estas dos naciones que viven en perenne conflicto. Entre estas dos formas diferentes de religiosidad, la musulmana y la hindú., como telón político de fondo la disputa por Cachemira. Aunque en sentido más amplio los radicales la enmarcan en la confrontación contra occidente y sus símbolos. Allá a la distancia geográfica México también llora su sangre. Y así en varios países.
La sangre es de un color, roja, pero de muchas nacionalidades. Por supuesto de indios, pero también de ingleses, estadounidenses, canadienses, alemanes, australianos, japoneses y fatalmente mexicana. La de Norma Rabinovich, quien había acudido al Centro Judío por ayuda religiosa. Fue como dicen en el momento equivocado.
El drama de la mexicana refleja el de muchas familias que perdieron a sus seres queridos. Hijos, esposos, hermanos, madres y demás parientes esperando. Como los hijos de norma que la esperaban de vacaciones de fin de curso en Israel, donde estudiaban.
Según el Gobierno Indio, los responsables fueron fanáticos islamistas que llegaron desde Pakistán a bordo de un barco que secuestraron. Ya en las costas cercanas a Bombay abordaron lanchas rápidas y posteriormente en taxis se dirigieron a puntos donde mataron indiscriminadamente.
Los sucesos parecen repetir la historia del 11 de septiembre de 2001, en que una célula de alqaeda secuestró aviones que hicieron estallar contra edificios en Washington y Nueva York; y los del 11 de marzo en Madrid, en que islamistas mataron a más de 100 personas en el metro de la ciudad. En la era del terror nadie escapa. Los terroristas, en su mayoría jóvenes, se inmolan por su religión en la creencia que obtendrán el pase directo con Alá.
Atacan en cualquier país. Matan a quien sea, incluso mahometanos que critican sus sangrientas prácticas. Así murió Norma la mexicana que estaba en Bombay. Su pecado es estar en el llamado centro financiero de la India, y buscar reposo espiritual.
El único terrorista que sobrevivió, y fue detenido, Azam Amir Qasab, ha dicho a las fuerzas policiales que la orden de los clérigos que los adiestraron era crear el mayor daño posible.
Y ese daño tenía que ser tal que no sólo pegará a los indios, sino al mundo, el hereje, según sus estrictas normas islámicas. Por eso la sangre que corrió era así, roja, pero de diferentes nacionalidades. El fondo en ese 26 de noviembre era infernal, cuerpos masacrados, sangre por doquier, trenes destrozados, y lujosos edificios quemados. El humo se alza por encima de los hoteles, algunos de extraordinaria belleza victoriana. Pero esa hermosura contrasta con las escenas dantescas que han dejado los terroristas. El intenso púrpura, de los 190 muertos y 600 heridos anuncian más problemas. La India ya acuso a Pakistán de brindar asesoría a los maleantes y esto no es buena señal. No es buen augurio entre estas dos naciones que viven en perenne conflicto. Entre estas dos formas diferentes de religiosidad, la musulmana y la hindú., como telón político de fondo la disputa por Cachemira. Aunque en sentido más amplio los radicales la enmarcan en la confrontación contra occidente y sus símbolos. Allá a la distancia geográfica México también llora su sangre. Y así en varios países.
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