La penúltima vez que escuché hablar de Bombay fue hace poco. Y eran buenas noticias. El Grupo Energético Reliance, el conglomerado petrolífero privado más grande de la India, anunciaba varios proyectos de exploración petrolera en el Perú con una inversión de mil millones de dólares.
Ahora, en cambio, me llegan malas noticias. Mi primo hermano, Luis Suárez Salas, ozonólogo de talla internacional, está en Bombay. Ha viajado a ese puerto del estado federal de Maharashtra para un congreso mundial de edafología (conservación de las capas geológicas de nuestro sufrido planeta) y le ha tocado vivir la barbarie del 26 de noviembre. Está vivo, por suerte, y su voz suena como la voz de los sobrevivientes.
Mientras me cuenta que el asalto a la ciudad fue impresionante, catastrófico, en un ostento de estrategia bélica pocas veces visto, recuerdo uno de sus recientes correos electrónicos donde exalta su emoción de conocer la gigantesca capital portuaria del mar Arábigo y me explica que la ciudad es el principal centro económico de la India. Su nombre local es “Mumbai”, en lengua maratí, y deriva de la diosa local Mumba Devi. Pero ella parece que estuvo ocupada en otras zonas del estado federal, porque, en uno de sus nuevos descuidos, el miércoles 26 de noviembre su protegida se convirtió en un enclave de horror: un comando terrorista altamente sofisticado, formado por jóvenes que no llegaban a los 30 años, pero muy bien entrenados, con armas de precisión, asaltó la exclusiva zona de Colaba Nariman Point, en el triángulo formado por el carísimo hotel Taj Mahal, el hotel Trident (antiguo Oberoi) y el centro social judío Chabad.
Lucho, así llamamos a mi primo familiarmente, no estaba en ninguno de esos edificios, pero sí muy cerca, en el capitolio de vidrios del Instituto de Protección Ambiental, que además tiene vista a la estación de trenes Chhatrapati Shivaji. Es decir, contó con una visión privilegiada para captar todas las escenas del triángulo sangriento del centro financiero de la India. Eran las nueve de la noche y terminaban una reunión. Su voz sigue sonando a voz de sobreviviente y ahora cuenta que apenas iniciada la balacera, los hombres de seguridad del instituto los lanzaron al suelo, ordenándoles meter las narices en la alfombra y poner las manos sobre la cabeza. Pero Lucho obedeció a medias y pudo ver las evoluciones belicistas de los terroristas sitiando el trapecio urbano. Y fue tal como lo leeríamos después en todos los despachos de las agencias: ni coches bomba, ni explosivos activados al paso del objetivo, ni terroristas suicidas. Sólo un comando de jóvenes con pantalones con bolsillos y mochilas voluminosas disparando a mansalva, sin separarse mucho entre ellos, retrocediendo apenas, apoderándose de a pocos de los hoteles, restaurantes, casinos y centros de esparcimiento. “¡Dicen que son terroristas islámicos y que acaban de entrar en balsas inflables por el muelle de Sasson!”, dijo el traductor del grupo, irrumpiendo en la oficina. “¡Dicen que están atacando los lugares donde estamos los occidentales! ¡No se levanten por nada!”.
Lucho no se levantó, pero giró lentamente en el suelo, como la manecilla grande de un reloj, y advirtió los atentados del centro judío: los muchachos, escudados entre las gruesas columnas, ahora lanzaban granadas y disparaban a los viajantes. Había humo, polvo de vidrio, manchas rojas por todos lados. La masacre duró mucho, mucho más de lo que cualquiera puede imaginar que dure una masacre. Cuando cinco horas después Lucho y los otros ambientalistas fueron evacuados en unos camiones blindados hacia el centro de la ciudad, el asedio todavía era brutal. En la noche, ya por la televisión y tendido en una cama de hotel, mi primo vio que la fatídica verbena de descargas y detonaciones seguía ardiendo pero ya lejos de él.
De inmediato llegó la voz fría de los analistas internacionales: "Los elementos inéditos son los objetivos elegidos y los ataques casi militares. Pero estos atentados se sitúan en la deriva terrorista que reina desde hace ya varios años", señaló el investigador Gilbert Etienne, quien descifra la complejidad del sur asiático desde hace varias décadas.
Por su lado, Jacques Baud, especialista en terrorismo, señala que no es nueva la amplitud misma de los ataques, pues "desde hace varios años, Bombay sufre atentados mucho más sofisticados que en otras partes de la India”. Asegura que esa región tan desarrollada desgraciadamente, engendra también a terroristas con capacidades estratégicas elevadas".
Tres atacantes detenidos han reconocido que pertenecían al Ejército de la Pureza (Lashkar-e-Toiba, LeT), con base en Pakistán, según los medios indios que afirmaron que el LeT, una de las mayores organizaciones armadas islamistas en el Sur Asiático, ha lanzado el ataque terrorista contra la capital financiera de la India. Sin embargo, el LeT ha negado su relación con la serie de ataques contra Bombay. Todavía hay mucho pan por rebanar al respecto.
Lo cierto es que las informaciones persiguieron a Lucho todo el tiempo que estuvo en la India: después de 72 horas después los atentados, en los que murieron casi 200 personas y 300 quedaron heridas, las fuerzas de seguridad indias lograron batir el último reducto de los agresores. Los últimos disparos y explosiones tuvieron lugar en el hotel Taj Mahal, cuando los comandos del Ejército indio abatieron a los tres únicos terroristas que quedaban atrincherados en el edificio. Así terminó el infierno que comenzó el miércoles.
Ahora la vida continúa, Lucho regresará pronto, la India invertirá de todas maneras en los pozos petroleros del Perú, los analistas dicen que más que atentados terroristas, los ataques de Bombay han sido acciones de guerrilla urbana, pero los ojos del mundo viran a Bagdad donde ha explosionado un nuevo coche bomba.
Ahora, en cambio, me llegan malas noticias. Mi primo hermano, Luis Suárez Salas, ozonólogo de talla internacional, está en Bombay. Ha viajado a ese puerto del estado federal de Maharashtra para un congreso mundial de edafología (conservación de las capas geológicas de nuestro sufrido planeta) y le ha tocado vivir la barbarie del 26 de noviembre. Está vivo, por suerte, y su voz suena como la voz de los sobrevivientes.
Mientras me cuenta que el asalto a la ciudad fue impresionante, catastrófico, en un ostento de estrategia bélica pocas veces visto, recuerdo uno de sus recientes correos electrónicos donde exalta su emoción de conocer la gigantesca capital portuaria del mar Arábigo y me explica que la ciudad es el principal centro económico de la India. Su nombre local es “Mumbai”, en lengua maratí, y deriva de la diosa local Mumba Devi. Pero ella parece que estuvo ocupada en otras zonas del estado federal, porque, en uno de sus nuevos descuidos, el miércoles 26 de noviembre su protegida se convirtió en un enclave de horror: un comando terrorista altamente sofisticado, formado por jóvenes que no llegaban a los 30 años, pero muy bien entrenados, con armas de precisión, asaltó la exclusiva zona de Colaba Nariman Point, en el triángulo formado por el carísimo hotel Taj Mahal, el hotel Trident (antiguo Oberoi) y el centro social judío Chabad.
Lucho, así llamamos a mi primo familiarmente, no estaba en ninguno de esos edificios, pero sí muy cerca, en el capitolio de vidrios del Instituto de Protección Ambiental, que además tiene vista a la estación de trenes Chhatrapati Shivaji. Es decir, contó con una visión privilegiada para captar todas las escenas del triángulo sangriento del centro financiero de la India. Eran las nueve de la noche y terminaban una reunión. Su voz sigue sonando a voz de sobreviviente y ahora cuenta que apenas iniciada la balacera, los hombres de seguridad del instituto los lanzaron al suelo, ordenándoles meter las narices en la alfombra y poner las manos sobre la cabeza. Pero Lucho obedeció a medias y pudo ver las evoluciones belicistas de los terroristas sitiando el trapecio urbano. Y fue tal como lo leeríamos después en todos los despachos de las agencias: ni coches bomba, ni explosivos activados al paso del objetivo, ni terroristas suicidas. Sólo un comando de jóvenes con pantalones con bolsillos y mochilas voluminosas disparando a mansalva, sin separarse mucho entre ellos, retrocediendo apenas, apoderándose de a pocos de los hoteles, restaurantes, casinos y centros de esparcimiento. “¡Dicen que son terroristas islámicos y que acaban de entrar en balsas inflables por el muelle de Sasson!”, dijo el traductor del grupo, irrumpiendo en la oficina. “¡Dicen que están atacando los lugares donde estamos los occidentales! ¡No se levanten por nada!”.
Lucho no se levantó, pero giró lentamente en el suelo, como la manecilla grande de un reloj, y advirtió los atentados del centro judío: los muchachos, escudados entre las gruesas columnas, ahora lanzaban granadas y disparaban a los viajantes. Había humo, polvo de vidrio, manchas rojas por todos lados. La masacre duró mucho, mucho más de lo que cualquiera puede imaginar que dure una masacre. Cuando cinco horas después Lucho y los otros ambientalistas fueron evacuados en unos camiones blindados hacia el centro de la ciudad, el asedio todavía era brutal. En la noche, ya por la televisión y tendido en una cama de hotel, mi primo vio que la fatídica verbena de descargas y detonaciones seguía ardiendo pero ya lejos de él.
De inmediato llegó la voz fría de los analistas internacionales: "Los elementos inéditos son los objetivos elegidos y los ataques casi militares. Pero estos atentados se sitúan en la deriva terrorista que reina desde hace ya varios años", señaló el investigador Gilbert Etienne, quien descifra la complejidad del sur asiático desde hace varias décadas.
Por su lado, Jacques Baud, especialista en terrorismo, señala que no es nueva la amplitud misma de los ataques, pues "desde hace varios años, Bombay sufre atentados mucho más sofisticados que en otras partes de la India”. Asegura que esa región tan desarrollada desgraciadamente, engendra también a terroristas con capacidades estratégicas elevadas".
Tres atacantes detenidos han reconocido que pertenecían al Ejército de la Pureza (Lashkar-e-Toiba, LeT), con base en Pakistán, según los medios indios que afirmaron que el LeT, una de las mayores organizaciones armadas islamistas en el Sur Asiático, ha lanzado el ataque terrorista contra la capital financiera de la India. Sin embargo, el LeT ha negado su relación con la serie de ataques contra Bombay. Todavía hay mucho pan por rebanar al respecto.
Lo cierto es que las informaciones persiguieron a Lucho todo el tiempo que estuvo en la India: después de 72 horas después los atentados, en los que murieron casi 200 personas y 300 quedaron heridas, las fuerzas de seguridad indias lograron batir el último reducto de los agresores. Los últimos disparos y explosiones tuvieron lugar en el hotel Taj Mahal, cuando los comandos del Ejército indio abatieron a los tres únicos terroristas que quedaban atrincherados en el edificio. Así terminó el infierno que comenzó el miércoles.
Ahora la vida continúa, Lucho regresará pronto, la India invertirá de todas maneras en los pozos petroleros del Perú, los analistas dicen que más que atentados terroristas, los ataques de Bombay han sido acciones de guerrilla urbana, pero los ojos del mundo viran a Bagdad donde ha explosionado un nuevo coche bomba.
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