Ambos tienen armas nucleares, ambos tienen sistemas políticos medianamente seculares: Pakistán con el Islam y la India con el hinduismo. Los dos son considerados potencias militares mundiales y cada vez que se atacan, Estados Unidos trata de mediar para evitar que la confrontación devenga guerra nuclear. Sin embargo, los gobiernos de las dos naciones siempre niegan que las acciones de comando provengan de sus unidades militares, es decir, niegan que sean decisiones políticas estatales.
Nada distinto a lo ocurrido tras los ataques en Bombay en la última semana de noviembre: tres explosiones sincronizadas en dos hoteles, el Taj Majal y el Trident-Oberoi, y en el centro cultural judío, que dejaron casi 200 muertos y 300 heridos entre lugareños y turistas, que el gobierno de Pakistán se apuró a condenar públicamente.
“Siempre dicen eso, siempre se lavan las manos”, dice Kuzú Harinder Pal Singh, un indio que reside en Colombia hace más de 10 años. “En India todos sabemos que la mayoría de ataques terroristas en mi país son obra del gobierno de Pakistán pero, obvio, lo niegan públicamente. Ningún estado aceptará nunca la guerra sucia”.
Desde 1947, año en que Pakistán logró independencia política y territorial de India, se precipitaron las disputas por la provincia de Cachemira que siendo de mayoría musulmán quedó integrada al territorio indio. De uno y otro lado, grupos fundamentalistas iniciaron acciones, para ellos políticas, para tratar de obtener el control total de esa región pero ni Pakistán ha conseguido que India se las retorne ni India ha logrado propagar el hinduismo en dicha provincia.
Sin embargo, con el fortalecimiento ideológico de los integrismos tras el advenimiento de la globalización, la rivalidad entre los dos gobiernos ha dejado de ser una reivindicación territorial para transformarse en un capítulo más del enfrentamiento islamismo fundamentalista vs capitalismo occidental. Sobre todo en las dos últimas décadas en las que India ha ganado espacio en los mercados financieros globales con la producción industrial de inteligencia virtual: software, medicinas alternativas y esoterismo de shopping. No hay que soslayar, además, que hasta hace pocos meses Pakistán, bajo el mando de Musharraf, era el principal aliado islamista de George Bush en su guerra contra el terrorismo en oriente medio.
Algunas versiones no oficiales dicen que las explosiones en Bombay obedecieron a una retaliación por la detonación que mató a 55 personas en el Marriot de Islamabad, dos meses atrás. Versiones oficiales dicen que los militantes terroristas capturados y dados de baja eran originarios tanto de India como de Pakistán. Mezcla de procedencias e ideologías que hace aun más complejo la identificación de móviles y motivaciones responsables del hecho.
En medio de este caos inextricable, la tentación de echarle la culpa a la guerra sucia es muy parecida a mirar la paja en el ojo ajeno y no en el propio; actitud comprensible cuando se reconoce que la globalización ha liquidado ciertas barreras culturales y ha cimentado el arraigo patriótico. “India ha sido neutral en la guerra de Occidente contra el Islam pero estamos pagando la culpa de que nuestro turismo mayoritario provenga de Estados Unidos y Gran Bretaña”, dice Kuzú. “Si no se detiene este enfrentamiento, otros países también sufrirán ataques parecidos. Primero Estados Unidos, luego Madrid y Londres, ahora Bombay, mañana no se sabe. Y lo peor es que el mundo entero se sentirá responsable de no ser capaz de ser tolerante y multicultural”.
Hay una posibilidad todavía peor: que el mundo no sienta nada. Lo realmente abrumador es que la guerra no te toca hasta que te toca y mientras eso, cada víctima del terrorismo global hará parte de esa ajena lista de muertos que sólo duelen a sus familias. En palabras de la globalización política son costos menores en pro de los intereses mayores de la democracia mundial.
Nada distinto a lo ocurrido tras los ataques en Bombay en la última semana de noviembre: tres explosiones sincronizadas en dos hoteles, el Taj Majal y el Trident-Oberoi, y en el centro cultural judío, que dejaron casi 200 muertos y 300 heridos entre lugareños y turistas, que el gobierno de Pakistán se apuró a condenar públicamente.
“Siempre dicen eso, siempre se lavan las manos”, dice Kuzú Harinder Pal Singh, un indio que reside en Colombia hace más de 10 años. “En India todos sabemos que la mayoría de ataques terroristas en mi país son obra del gobierno de Pakistán pero, obvio, lo niegan públicamente. Ningún estado aceptará nunca la guerra sucia”.
Desde 1947, año en que Pakistán logró independencia política y territorial de India, se precipitaron las disputas por la provincia de Cachemira que siendo de mayoría musulmán quedó integrada al territorio indio. De uno y otro lado, grupos fundamentalistas iniciaron acciones, para ellos políticas, para tratar de obtener el control total de esa región pero ni Pakistán ha conseguido que India se las retorne ni India ha logrado propagar el hinduismo en dicha provincia.
Sin embargo, con el fortalecimiento ideológico de los integrismos tras el advenimiento de la globalización, la rivalidad entre los dos gobiernos ha dejado de ser una reivindicación territorial para transformarse en un capítulo más del enfrentamiento islamismo fundamentalista vs capitalismo occidental. Sobre todo en las dos últimas décadas en las que India ha ganado espacio en los mercados financieros globales con la producción industrial de inteligencia virtual: software, medicinas alternativas y esoterismo de shopping. No hay que soslayar, además, que hasta hace pocos meses Pakistán, bajo el mando de Musharraf, era el principal aliado islamista de George Bush en su guerra contra el terrorismo en oriente medio.
Algunas versiones no oficiales dicen que las explosiones en Bombay obedecieron a una retaliación por la detonación que mató a 55 personas en el Marriot de Islamabad, dos meses atrás. Versiones oficiales dicen que los militantes terroristas capturados y dados de baja eran originarios tanto de India como de Pakistán. Mezcla de procedencias e ideologías que hace aun más complejo la identificación de móviles y motivaciones responsables del hecho.
En medio de este caos inextricable, la tentación de echarle la culpa a la guerra sucia es muy parecida a mirar la paja en el ojo ajeno y no en el propio; actitud comprensible cuando se reconoce que la globalización ha liquidado ciertas barreras culturales y ha cimentado el arraigo patriótico. “India ha sido neutral en la guerra de Occidente contra el Islam pero estamos pagando la culpa de que nuestro turismo mayoritario provenga de Estados Unidos y Gran Bretaña”, dice Kuzú. “Si no se detiene este enfrentamiento, otros países también sufrirán ataques parecidos. Primero Estados Unidos, luego Madrid y Londres, ahora Bombay, mañana no se sabe. Y lo peor es que el mundo entero se sentirá responsable de no ser capaz de ser tolerante y multicultural”.
Hay una posibilidad todavía peor: que el mundo no sienta nada. Lo realmente abrumador es que la guerra no te toca hasta que te toca y mientras eso, cada víctima del terrorismo global hará parte de esa ajena lista de muertos que sólo duelen a sus familias. En palabras de la globalización política son costos menores en pro de los intereses mayores de la democracia mundial.
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