miércoles, 3 de diciembre de 2008

Sangre y silencio, por: Laura Dávila Truelo

Sangre, sangre y más sangre, partes de cuerpos en los pisos y en los marcos de las puertas, en lo que hasta hace nada eran los pasillos alfombrados y coloridos del hotel Oberoi/Trident frente al mar en Bombay, India. Esos cuerpos eran de aquellos que no alcanzaron a comprender qué ocurría entre el humo y las explosiones.
Habían llegado hacía un mes a Bombay haciéndose pasar por estudiantes malasios, ya para el 26 de noviembre estuvieron listos. Ocho de los islamistas eran apenas muchachos de entre 24 y 30 años. En el hotel Taj Mahal, otro de sus objetivos, quienes estaban en el restaurante escucharon disparos y explosiones y se refugiaron en la cocina armados de cuchillos y picadores, de carne como si aquello pudiera competir en fuerza con granadas y fuslies. Pero aquellos jóvenes tenían el conocimiento minucioso de los hoteles y del centro judío casa Nariman, allí harían su "11 de Septiembre Indio", inspirados en el atentado de otros islamistas un mes atrás del hotel Marriot de Islamabad en Pakistán, donde un camión con explosivos dejó 55 muertos. En Bombay se apropiaron de los hoteles, haciendo correr por escaleras a y pasillos a los turistas. 196 personas murieron, 26 de ellos extranjeros la mayoría judíos, y 295 quedaron heridas.
No les importaba mostrar su cara, a fin de cuentas el objetivo no era salir vivos de aquella situación. Pero comida si llevaban consigo, en sus bolsos se hallaron restos de alimentos, preparados para comer hasta el último minuto por si la situación de rehenes se prolongaba en un absurdo, pues todo indica que no querían intercambiar nada, sólo crear el impacto de ser ellos los dueños de los dos hoteles más importantes de Bombay; Esos mismos que por sus alfombras perfectas, hermosos ventanales de vidrio, y construcciones de torres altas y bóvedas puntiagudas que quieren alcanzar el cielo, eran el símbolo del desarrollo y estabilidad de la capital económica de la India, un país con 1.200 millones de habitantes, de los cuales sólo 150 responden a la fe de Ala. Sus pares son los que integran el hilo conductor que atraviesa a todas las organizaciones extremistas islámicas y de cuyo cabo jala, o así se cree, el mismismo Osama Bin Laden, y la organización terrorista más nombrada desde el 11 S : "Al Qaeda".
Para el sábado, tras 60 horas de iniciado el ataque, los islamistas fueron reducidos. Se atribuyeron lo ocurrido los "Muyahidines del Decán", por el nombre de la meseta al sur y el centro de India, y dijeron luchar por la defensa de los musulmanes en el país. Pero uno de ellos era Pakistaní, y el ataque, una vez más, distanció las relaciones entre los dos países.
Aunque la organización es desconocida, sus lazos alcanzan a una célula pakistaní: Jais el Mohamed que lucha por la independencia de Cachemira de La India, una organización terrorista de diversos estados que tiene integrantes en India, Gran Bretaña y Estados Unidos. Tras lo ocurrido queda el recuerdo de sangre, sangre y más sangre, de aquellos que salieron con vida y no lo van a olvidar. Los mismos que pensarán en lo que pasó cuando estén en de visita en algún país inédito, pues en todos hay una célula que se ocupa de encontrar los matices y los enemigos de su Guerra Santa milenaria en cualquier tierra. Un joven que parezca inocente, y que por casualidades de la genética quizás tenga rasgos árabes, es acreedor de la desconfianza en un mundo que ya no se cree a sí mismo, y en el que la globalización parece haber servido sólo para llevar a los otros las propias individualidades, algunos con más disposición impositiva que otro.
Una escena más de la pelea por imponerse, mientras los gobiernos de los países que han sido víctimas se debaten entre el respeto por "la diversidad cultural" para respetar a sus inmigraciones de cultura islámica, el fortalecimiento de las brigadas antiterroristas y el financiamiento de las armas, pues no saben quiénes de sus nacionales se sienten más británicos, españoles o indios, o si acaso sólo buscan una oportunidad para atacar al enemigo. Las muertes en Bombay han servido, una vez más, para dejar a los países cada vez más aislados y acaso rodeados del silencio que queda tras la muerte. Sólo silencio.

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