Sentado casi al borde de su silla Eladio Melane cabecea en el sopor de la tarde, su siesta es como cada día en la silla de mecer tejida con mimbre de antaño, cuyo color se ha opacado tanto que ha acabado pareciéndose a la piel de Eladio, en una mímesis hecha a fuerza de años y recargo.
Allí ultima sus días de escritor, en las calles de aquella ciudad soñada de ventanas largas y calles de piedra, donde las doncellas recibían a los novios osados que cruzaban la frontera de aquellas rejas, en una acción donde el placer de un mínimo contacto de la piel anhelada era mayor al pudor de ser descubiertos en semejante atrevimiento.
En pueblo natal donde cortejó a su propia doncella tras una de esas ventanas, Eladio se sofoca. El libro "Oficio de difuntos" reposa en el regazo mientras el recuerda los años del gomecismo a principios de siglo. Años caros para él con la promesa de la "rotonda" por oponerse al régimen.
Vivió el placer de ver caer al dictador a mano de uno de sus colaboradores: las estructuras del poder se han parecido siempre en la historia, tus aliados acaban siendo tus enemigos. Ahora Eladio vive su propio exilio, se opuso a Gómez con fervor de juventud, y a diferencia de un país que se silencio, él buscó maneras de enfrentarse. Pero sucumbió más tarde, algunos de los colaboradores de Pérez Jiménez, eran sus amigos, lo fueron desde antes y siguieron siéndolo más allá de su participación en el poder. Eladio vio horrores y para su vergüenza calló, no usó las letras que le eran propias para levantar ni una vez la voz en contra de los abusos de un nuevo régimen que, por moderno y constructor que fuera siempre es una cárcel.
Eladio ha visto de cerca el caso del escritor checo Milan Kundera, que ahora es señalado por delatar, cuando apenas tenía 21 años, a un compañero de casa, Miroslav Dvoracek por espiar al gobierno comunista de Praga. La supuesta víctima de Kundera estuvo 14 años condenado a trabajos forzados.
Se pregunta ahora Eladio si es verdad, él lo ha negado, pero Eladio también lo negó, pues era cierto que nunca fue afecto al régimen de Pérez Jiménez, aunque sus amigos eran los que eran, y él calló, su complicidad fue ese silencio.
Pero Eladio siente que Kundera pasó una vida reivindicando su posición contra un régimen que se dio cuenta que no funcionaba. Eladio también se arrepintió, ahora sabe que la posición de un intelectual siempre tendrá que estar de frente al poder, por mucho que le seduzcan sus giros y derroteros.
Pero Eladio se pregunta si acaso alguien tiene el derecho de mirar bajo la lupa un momento de la vida de otro, sin mirar acaso la posibilidad de la larga gama de grises que rodean no sólo un hecho, sino una vida entera.
Eladio se retiró pero sabe que como a él fue fácil juzgar a Kundera, y con ello el efecto dominó en el que algunos, quien sabe con cual interés o quizás sólo con morbo, han tratado de echar abajo el edificio de su obra.
Poco importa que él lo negara, menos aún que halla pruebas al parecer contundente que indican que Kundera nada tuvo que ver con aquel hecho, y que de ser cierto su obra completa es una oda a la reivindicación.
Pero la gente quiere dudar, más que las manifestaciones en la prensa, pruebas que van y vienen, asomarse a la vida ajena es la posibilidad de conseguir, cierta o no, la miseria en ellos, ese lado oscuros que tanto placer causa encontrar en otros pues, a fin de cuentas, cada uno piensa en la propia y se satisface en que el mundo esté entretenido en una desgracia ajena, mientras, si todo sale bien, la propia sigue en la oscuridad.
Allí ultima sus días de escritor, en las calles de aquella ciudad soñada de ventanas largas y calles de piedra, donde las doncellas recibían a los novios osados que cruzaban la frontera de aquellas rejas, en una acción donde el placer de un mínimo contacto de la piel anhelada era mayor al pudor de ser descubiertos en semejante atrevimiento.
En pueblo natal donde cortejó a su propia doncella tras una de esas ventanas, Eladio se sofoca. El libro "Oficio de difuntos" reposa en el regazo mientras el recuerda los años del gomecismo a principios de siglo. Años caros para él con la promesa de la "rotonda" por oponerse al régimen.
Vivió el placer de ver caer al dictador a mano de uno de sus colaboradores: las estructuras del poder se han parecido siempre en la historia, tus aliados acaban siendo tus enemigos. Ahora Eladio vive su propio exilio, se opuso a Gómez con fervor de juventud, y a diferencia de un país que se silencio, él buscó maneras de enfrentarse. Pero sucumbió más tarde, algunos de los colaboradores de Pérez Jiménez, eran sus amigos, lo fueron desde antes y siguieron siéndolo más allá de su participación en el poder. Eladio vio horrores y para su vergüenza calló, no usó las letras que le eran propias para levantar ni una vez la voz en contra de los abusos de un nuevo régimen que, por moderno y constructor que fuera siempre es una cárcel.
Eladio ha visto de cerca el caso del escritor checo Milan Kundera, que ahora es señalado por delatar, cuando apenas tenía 21 años, a un compañero de casa, Miroslav Dvoracek por espiar al gobierno comunista de Praga. La supuesta víctima de Kundera estuvo 14 años condenado a trabajos forzados.
Se pregunta ahora Eladio si es verdad, él lo ha negado, pero Eladio también lo negó, pues era cierto que nunca fue afecto al régimen de Pérez Jiménez, aunque sus amigos eran los que eran, y él calló, su complicidad fue ese silencio.
Pero Eladio siente que Kundera pasó una vida reivindicando su posición contra un régimen que se dio cuenta que no funcionaba. Eladio también se arrepintió, ahora sabe que la posición de un intelectual siempre tendrá que estar de frente al poder, por mucho que le seduzcan sus giros y derroteros.
Pero Eladio se pregunta si acaso alguien tiene el derecho de mirar bajo la lupa un momento de la vida de otro, sin mirar acaso la posibilidad de la larga gama de grises que rodean no sólo un hecho, sino una vida entera.
Eladio se retiró pero sabe que como a él fue fácil juzgar a Kundera, y con ello el efecto dominó en el que algunos, quien sabe con cual interés o quizás sólo con morbo, han tratado de echar abajo el edificio de su obra.
Poco importa que él lo negara, menos aún que halla pruebas al parecer contundente que indican que Kundera nada tuvo que ver con aquel hecho, y que de ser cierto su obra completa es una oda a la reivindicación.
Pero la gente quiere dudar, más que las manifestaciones en la prensa, pruebas que van y vienen, asomarse a la vida ajena es la posibilidad de conseguir, cierta o no, la miseria en ellos, ese lado oscuros que tanto placer causa encontrar en otros pues, a fin de cuentas, cada uno piensa en la propia y se satisface en que el mundo esté entretenido en una desgracia ajena, mientras, si todo sale bien, la propia sigue en la oscuridad.
1 comentario:
Sentado casi al borde de su silla Eladio Melane cabecea en el sopor de la tarde, su siesta es como cada día en la silla de mecer tejida con mimbre de antaño, cuyo color se ha opacado tanto que ha acabado pareciéndose a la piel de Eladio, en una mímesis hecha a fuerza de años y recargo.
Eladio Melane se duerme. Cabecea durante el sopor de la tarde: es la hora de la siesta y la gastada mecedora de mibre ha generado un fenómeno de mímesis, parecen inseparables.
De nada. ¿Así editan en el taller?
1. ¿Quién es Eladio Melane?
2. ¿De dónde viene?
3. Mucho floro nada de contenido.
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