viernes, 5 de diciembre de 2008

Kundera, por: Federico Bianchini

Me siento en el sillón, abro el libro. El señalador, de cartón amarillo, está en la página 48. Sintió en su boca el suave olor de la fiebre y lo aspiró como si quisiera llenarse de las intimidades de su cuerpo. Y en ese momento se imaginó que ya llevaba muchos años en su casa y que se estaba muriendo. Una mosca se posa en el borde superior de la página 49. Muevo la mano, la mosca vuela.

Supongamos que sea cierto. Supongamos que Milan Kundera, en una actitud que él, años más tarde, podría haber considerado deleznable, haya denunciado a un estudiante a la policía comunista. Luego, con esta suposición establecida, sigo leyendo.

De pronto tuvo la clara sensación que no podría sobrevivir a la muerte de ella. Mientras lo hago, mientras leo, el autor pasa a un segundo plano, es una referencia lejana que, de momento, no me importa. Es una referencia lejana que sólo uso si alguien, interrumpiéndome, pregunta: Qué estás leyendo.

Presupongo, ahora, que el autor de la novela fue torturador ¿Podría un torturador escribir una buena novela? Sigo leyendo. La mosca viene y se me apoya en el brazo. Sin correrla, me está haciendo cosquillas, imagino que el autor fue pedófilo, corrupto, nazi, un violador serial. Y sigo leyendo. La mosca vuela su zumbido.

No me interesa qué hizo ayer, anteayer, o hace diez años quien decidió escribir la historia que leo. Me indigna, en cambio, que un escritor (pienso en Philip Dick y su cuento "Las prepersonas") haga una apología (en ese caso antiabortista) sigilosa y tenaz: persuasiva, pero no explícita.

Usar la ficción como método subrepticio de convencimiento es atroz. Delatar a una persona que, se sabe, recibirá pena de muerte también es atroz y, si la Justicia así lo indica, debería ser castigado, sin embargo, la última actitud me es indiferente ahora, mientras leo.

Y dicen que "Las acusaciones podrían reducir la estatura moral de Kundera como un personaje enigmático contra la corrosión totalitaria de la vida cotidiana" y quizás, sólo quizás, si se descubriera que los documentos no son falsos, si se confirmase que Kundera fue un delator, la estatura moral del

checo se empequeñecería a centímetros, sin embargo yo seguiría leyendo. No sin antes correr, con la mano, a la mosca, que da vueltas y vueltas sobre el sillón sin dejarme disfrutar, tranquilo, del argumento de la historia.

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