Uno es su historia, el conjunto de momentos y decisiones que, a lo largo de toda la vida, se van colocando en el registro de los datos y los días, el cúmulo de circunstancias, hechos, que se superponen siempre a toda la palabrería que es mero aderezo de la acción. Porque uno es, definitivamente, el resultado de su acción.
Pienso en ello cuando miro la andanada de dardos y sentencias que se lanzan, como perros desatados, contra la memoria de quien ha sido, sin duda, una de las más brillantes escritoras mexicanas del siglo XX, Elena Garro, a quien se somete al escarnio, de nueva cuenta, ahora por una falsasedad: realizar la más pobre de las actividades que una persona libre pueda hacer: delatar, espiar a sus pares para beneficio de un triste gobierno.
De ningún modo rechazo que se conozcan todos los documentos disponibles en los anaqueles del Archivo General de la Nación, ni el valor de que estos puedan ser puestos a disposición del Instituto de Acceso a la Información Pública, y por ende de cualquier persona que quiera consultarlos: cada uno es su historia, y de ésta es responsable.
Lo que lamento, lo que rechazo como ese cúmulo de inmundicia que representa, es la forma que ha tomado la difusión de documentos retomados por la revista Proceso: un mal boletín oficial que escuetamente señala: “de dichos documentos se desprende que Elena Garro era informante del gobierno federal, a la vez que el gobierno federal contaba con otros informantes que reportaban la actividad de los informantes, Elena Garro entre ellos”.
Amén de la oscuridad del origen de esa deducción, la torpeza de la redacción y la mendacidad con que se manejan los datos, hay un trasfondo aún más negro: los motivos que llevaron a ese instituto a generarlos.
¿Por qué un órgano oficial, el IFAI, emite un boletín informando del contenido específico de sólo un par de fojas de más de 14 mil documentos desclasificados de la Dirección Federal de Seguridad? ¿Por qué atacar, con una verdad a medias, con la tergiversación de datos, a Elena Garro? ¿A quién se beneficia con ello? ¿Alonso Lujambio saldrá a aclarar todo esto? ¿Tiene que ver con el contrato multimillonario de impresión que firmó la institución con Editorial Clío, propiedad de Enrique Krauze?
Porque hay, en ese comunicado, una mentira. Los documentos de referencia no señalan, en ningún párrafo, elementos para considerar que Garro haya sido “informante del gobierno”.
Asientan, sí, que fue interrogada, en seis ocasiones, entre 1962 y 1970, sobre sus puntos de vista personales, sobre aspectos de la vida social, cultural y política de México y, sobre todo por sus críticas a los gobiernos de Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría. Asientan, también, que la ciudadana “colaboró con sus entrevistadores cuando fue requerida”.
¿De dónde saca el IFAI que eso la convierte en informante del gobierno? ¿Por qué no señalar que, la ya entonces ex esposa de Octavio Paz fue sólo una más de los 350 ciudadanos que también fueron enrrolados en esas fichas, en las que aparecen personalidades como el filósofo Eli de Gortari, el cronista Salvador Novo, los catedráticos Heberto Castillo, Fausto Trejo y aún artistas como Silvia Pinal o Dolores del Río?
La vida de la autora de Los Recuerdos del Porvenir, antes o después de compartirla con el poeta Octavio Paz, antes o después de ser aborrecida y descuartizada por los círculos de la mafia cultural mexicana que intenta condenarla al olvido, merece ser analizada como un conjunto de momentos y decisiones tomadas, como el cúmulo de hechos que hablen por sí mismos de una mujer que, congruente o no con su forma de pensar, fue inequívocamente el resultado de su acción, de su verdad.
Cuando eso no ocurre, cuando aparecen la trampa y la mentira como elementos para el debate, sólo se camina en los terrenos de la mierda.
Pienso en ello cuando miro la andanada de dardos y sentencias que se lanzan, como perros desatados, contra la memoria de quien ha sido, sin duda, una de las más brillantes escritoras mexicanas del siglo XX, Elena Garro, a quien se somete al escarnio, de nueva cuenta, ahora por una falsasedad: realizar la más pobre de las actividades que una persona libre pueda hacer: delatar, espiar a sus pares para beneficio de un triste gobierno.
De ningún modo rechazo que se conozcan todos los documentos disponibles en los anaqueles del Archivo General de la Nación, ni el valor de que estos puedan ser puestos a disposición del Instituto de Acceso a la Información Pública, y por ende de cualquier persona que quiera consultarlos: cada uno es su historia, y de ésta es responsable.
Lo que lamento, lo que rechazo como ese cúmulo de inmundicia que representa, es la forma que ha tomado la difusión de documentos retomados por la revista Proceso: un mal boletín oficial que escuetamente señala: “de dichos documentos se desprende que Elena Garro era informante del gobierno federal, a la vez que el gobierno federal contaba con otros informantes que reportaban la actividad de los informantes, Elena Garro entre ellos”.
Amén de la oscuridad del origen de esa deducción, la torpeza de la redacción y la mendacidad con que se manejan los datos, hay un trasfondo aún más negro: los motivos que llevaron a ese instituto a generarlos.
¿Por qué un órgano oficial, el IFAI, emite un boletín informando del contenido específico de sólo un par de fojas de más de 14 mil documentos desclasificados de la Dirección Federal de Seguridad? ¿Por qué atacar, con una verdad a medias, con la tergiversación de datos, a Elena Garro? ¿A quién se beneficia con ello? ¿Alonso Lujambio saldrá a aclarar todo esto? ¿Tiene que ver con el contrato multimillonario de impresión que firmó la institución con Editorial Clío, propiedad de Enrique Krauze?
Porque hay, en ese comunicado, una mentira. Los documentos de referencia no señalan, en ningún párrafo, elementos para considerar que Garro haya sido “informante del gobierno”.
Asientan, sí, que fue interrogada, en seis ocasiones, entre 1962 y 1970, sobre sus puntos de vista personales, sobre aspectos de la vida social, cultural y política de México y, sobre todo por sus críticas a los gobiernos de Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría. Asientan, también, que la ciudadana “colaboró con sus entrevistadores cuando fue requerida”.
¿De dónde saca el IFAI que eso la convierte en informante del gobierno? ¿Por qué no señalar que, la ya entonces ex esposa de Octavio Paz fue sólo una más de los 350 ciudadanos que también fueron enrrolados en esas fichas, en las que aparecen personalidades como el filósofo Eli de Gortari, el cronista Salvador Novo, los catedráticos Heberto Castillo, Fausto Trejo y aún artistas como Silvia Pinal o Dolores del Río?
La vida de la autora de Los Recuerdos del Porvenir, antes o después de compartirla con el poeta Octavio Paz, antes o después de ser aborrecida y descuartizada por los círculos de la mafia cultural mexicana que intenta condenarla al olvido, merece ser analizada como un conjunto de momentos y decisiones tomadas, como el cúmulo de hechos que hablen por sí mismos de una mujer que, congruente o no con su forma de pensar, fue inequívocamente el resultado de su acción, de su verdad.
Cuando eso no ocurre, cuando aparecen la trampa y la mentira como elementos para el debate, sólo se camina en los terrenos de la mierda.
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