jueves, 4 de diciembre de 2008

Los precios son los mismos, por Juan Miguel Álvarez

“El estallido de la burbuja inmobiliaria”, dice en un periódico. “La morosidad en las hipotecas subprime de Estados Unidos”, dice en otro. “La caída de instituciones financieras”, aclaran en la televisión. “Hay que inyectar capital a los mercados financieros”, aconsejan los expertos. Todo suena como un anagrama camuflado de claridad. ¿Quién que no sea un inversionista de gran capital entiende qué sucede con la economía global? Explicaciones van y vienen; unas menos cualificadas que otras: es como si de un momento a otro, tu dinero valiera menos, si antes con un dólar comprabas una cocacola, ahora te cuesta dólar y cuarto. Es como si te pusieras de acuerdo con los vecinos de tu ciudad para decirle a los bancos que nadie de ustedes tiene dinero para pagarle la cuota del crédito en los siguientes años.
Lo indescifrable es que eso ha ocurrido en la clase media gringa que es la que abre hipotecas como método tradicional de conseguir vivienda y sus efectos han arrastrado, como por efecto dominó, a las economías más fuertes del mundo. Que alguien me lo explique. Que alguien diga en lingua franca por qué la crisis económica de Estados Unidos —que es en sus términos y con su moneda que es la del mundo— arrastra consigo la economía centro europea, la latinoamericana, y hasta la asiática, excepto China. ¿Qué ha hecho China para sobreasegurarse?
El presidente Uribe corre a decir que la crisis no afectará la economía colombiana, que aún somos pequeños, que nuestros bonos de capital no perderán mucho, después de todo, y que los colombianos podemos dormir tranquilos. Y vas por la calle y los precios son los mismos. La gente tiene dinero para tomar un taxi, para pagar el almuerzo, para mercar y hasta para darse en la cabeza el viernes en la noche. Eso sí: si pides crédito en un banco, debes demostrar que tienes con qué pagarlo y en tal caso, ¿para qué pedir un crédito?
Pasaron algunos días. Menos de un mes. En CNN en español aún se debatía sobre los efectos de la crisis financiera global en Latinoamérica a pesar de que para la mayoría de la población de Colombia Wall Street es como un fantasma sólo que menos real. De súbito lo inesperado: se quebró nuestro sistema financiero vernáculo y ahí sí, cantidades de gente con el pánico en los ojos, llenaron las calles con sus reclamos y su violencia habitual, bien colombiano el asunto.
Decenas de pirámides o subrepticias captadoras de dinero no pudieron cumplir con los pagos a sus contribuyentes-tahures y se declararon en bancarrota. Cerraron sus oficinas de una mañana a la otra y se perdieron con el dinero, como la más clásica historia de estafadores de pueblo. “Primero se acaban los marranos que el aguamasa”, me dijo después un amigo que perdió 250 dólares en esa especie de banca paralela. “Usted sabe, tratando de salir adelante”.
Luego, Uribe sale a decir que intervendrá a todas las pirámides, que las cerrará, que tratará de devolver el dinero a las personas, que encanará a los culpables. Pasto, Mocoa y otros municipios imponen toque de queda para controlar las socorridas vías de hecho a las que nos hemos acostumbrado.
La crisis financiera global pasa de largo y la quiebra de unos embaucadores pone en peligro la estabilidad económica de cientos de miles de personas en el país. La caída continua de Wall Street sólo afecta a los capitales que se tazan en millones de dólares; el desmoronamiento de las pirámides arriesga el estado de derecho en capitales de departamento.
Claro: ni lo de Wall Street fue tan grande como para quebrarnos ni lo de la banca paralela fue tan noble como se creía. Los pobres no perdieron ni en uno ni en otro porque nunca invirtieron; los ricos como tampoco son tan ricos no perdieron en la bolsa y si perdieron en las pirámides no es problema de gran tamaño; pero nuestra sobrepoblada clase media de inigualable arribismo, sí que perdió y ahora sólo pueden ver su dinero en las imágenes recicladas de los maseratti y los lamborghini que Murcia Guzmán tenía para su papel de magnate de cola de caballo.

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