El más reciente debate sobre la vida y obra de Milan Kundera hace recordar a la más fiel tradición de cacería de brujas postmoderna. Ya había ocurrido antes con otros escritores nacidos en los países de la antigua cortina de hierro; un caso muy mencionado fue cuando a Kapuscinski, después de muerto, lo acusaron de redactar informes de inteligencia comunista pro polaca, desde África y América latina. Aquella vez la cosa no tuvo mayor repercusión puesto que el cronista ya había fallecido y sus herederos no le dieron mayor trascendencia al asunto.
No obstante, en el caso Kundera es bien distinto porque el novelista está vivo, porque desde 1968 ha sido un incisivo crítico de totalitarismos comunistas, porque aún siendo del partido en sus años de juventud mantenía distancia con el autoritarismo de sus líderes y fue expulsado por revisionista. Y es bien distinto, además, porque en esta época de extremismos una acusación de ese talante puede traerle problemas adicionales a la simple difamación: la periodista checa Anne Penketh piensa que el hecho puede “erosionar la fama de Kundera”. El escritor ha negado la acusación y el historiador autor de la nota, entregó el documento de archivo en el que se basó para afirmarlo.
Lo cierto es que la revista Respekt, medio que publicó el informe, nunca le preguntó a Kundera su versión de lo sucedido con lo que dejó una sola cara del asunto. Cualquier editor sin afán de lucro —aunque soy conciente de que es un oximorón— hubiera equilibrado el tema dándole también la voz al novelista.
En algunas escuelas de periodismo se enseña el manejo de fuentes y el tipo de información que entregan. En particular, los medios de comunicación acuden con insistencia a las fuentes oficiales porque son las que brindan información de ruptura, de choque, que en la mayoría de los casos se vuelven primicias. Primicias que los espectadores compran. Nada distinto a lo ocurrido en este caso. Sobre todo porque la palabra del novelista en su país de origen es tabla de ley cuando se trata de allanar la historia política y el arte, y eso hace que algo que lo manche cobre primordial interés.
La relación Kundera-Checoslovaquia —ahora República Checa y Eslovaquia— ha sido una estampa clásica de persecución y escape, exilio y resentimiento. Un ejemplo: sólo hasta 2006 fue editada en Praga La insoportable levedad del ser, la gran novela de Kundera, es decir, 22 años después de haber sido publicada en París. Y en 2007 cuando al novelista le otorgaron el Premio Nacional Checo de Literatura, el autor no asistió a la ceremonia argumentando problemas de salud. Actitud que despercudió toda clase de suspicacias. Larga cadena que aún no tiene última palabra.
Sobre el humo, vale decir que mientras el escritor viva, seguirán reproduciéndose noticias similares que la prensa efectista publicará en busca de una quincena más suculenta. Ni siquiera los novelistas que hacen ficciones filosóficas se libran la ley del mercado que rige la producción mediática.
No obstante, en el caso Kundera es bien distinto porque el novelista está vivo, porque desde 1968 ha sido un incisivo crítico de totalitarismos comunistas, porque aún siendo del partido en sus años de juventud mantenía distancia con el autoritarismo de sus líderes y fue expulsado por revisionista. Y es bien distinto, además, porque en esta época de extremismos una acusación de ese talante puede traerle problemas adicionales a la simple difamación: la periodista checa Anne Penketh piensa que el hecho puede “erosionar la fama de Kundera”. El escritor ha negado la acusación y el historiador autor de la nota, entregó el documento de archivo en el que se basó para afirmarlo.
Lo cierto es que la revista Respekt, medio que publicó el informe, nunca le preguntó a Kundera su versión de lo sucedido con lo que dejó una sola cara del asunto. Cualquier editor sin afán de lucro —aunque soy conciente de que es un oximorón— hubiera equilibrado el tema dándole también la voz al novelista.
En algunas escuelas de periodismo se enseña el manejo de fuentes y el tipo de información que entregan. En particular, los medios de comunicación acuden con insistencia a las fuentes oficiales porque son las que brindan información de ruptura, de choque, que en la mayoría de los casos se vuelven primicias. Primicias que los espectadores compran. Nada distinto a lo ocurrido en este caso. Sobre todo porque la palabra del novelista en su país de origen es tabla de ley cuando se trata de allanar la historia política y el arte, y eso hace que algo que lo manche cobre primordial interés.
La relación Kundera-Checoslovaquia —ahora República Checa y Eslovaquia— ha sido una estampa clásica de persecución y escape, exilio y resentimiento. Un ejemplo: sólo hasta 2006 fue editada en Praga La insoportable levedad del ser, la gran novela de Kundera, es decir, 22 años después de haber sido publicada en París. Y en 2007 cuando al novelista le otorgaron el Premio Nacional Checo de Literatura, el autor no asistió a la ceremonia argumentando problemas de salud. Actitud que despercudió toda clase de suspicacias. Larga cadena que aún no tiene última palabra.
Sobre el humo, vale decir que mientras el escritor viva, seguirán reproduciéndose noticias similares que la prensa efectista publicará en busca de una quincena más suculenta. Ni siquiera los novelistas que hacen ficciones filosóficas se libran la ley del mercado que rige la producción mediática.
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