Churchill Pérez, no daba crédito aquella mañana de finales de septiembre en que fue despedido como corredor de bolsa en Nueva York. La crisis financiera había estallado cuando el sistema hipotecario y bursátil no puso soportar la farsa en que se sostenían.
Una noticia tras otra. Todas negras como no se venían desde el Gran Crisis del 29. La ciudad de los rascacielos se derrumbaba, ahora sobre los errores de quienes manejan el dinero en el mundo. Inmobiliarias y bancos se declararon en bancarrota. En fin la economía se estrechó como angosta es la mítica calle que le dio nombre al sistema financiero en la gran metrópoli. Analistas de todo el orbe se aprestaron a explicar la catástrofe.
Que lo créditos hipotecarios de mala calidad se originaron en la competencia interbancaria para dominar el mercado estadounidense y que en esa lucha los bancos recurrieron a colocar créditos hipotecarios irresponsables, sin análisis de historial crediticio, sin comprobación de ingresos, sin enganche, etcétera.
El problema se agravó porque las mismas prácticas irresponsables se extendieron a los créditos al consumo: tarjetas de crédito, financiamiento de compras de automóviles y hasta créditos de colegiaturas universitarias, todo por conservar la llamada “american life”
Dow Jones & Company, decidió entonces prescindir de parte de su plantilla. Entre ellos se fue Pérez, quien llevaba cinco años en la compañía.
En Culiacán, Sinaloa, como cada mañana doña Teresa Pérez, se levantó a las 6 de la mañana a preparar el desayuno de sus hijos: Ricardo que va a la preparatoria, Eleonora, a secundaria, y Rafael, que trabaja como cuida-carros en un centro comercial.
Sólo tortillas con frijoles refritos. Así desde hace un mes, en que Churchill el mayor de sus hijos, dejó de enviarles la remesa en dólares que religiosamente llegaba desde hace casi cinco años. Ricardo, esta en un dilema. Estudiar administración de empresas en la Universidad local, carrera que cursa la mayoría, o seguir el camino del mayor de los hermanos, dice que éste, en la última ocasión que les llamó advirtió que un fuerte déficit de empleos, sobre todo para los latinoamericanos. En unos meses tendrá que decidir.
Una de esas mañanas, cuenta doña Teresa, prendió la televisión y se encontró al titular de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP), Agustín Carstens, reiterando que la quiebra del banco estadunidense Lehman Brothers no afectaría a México, dado que esta crisis financiera es diferente a otras.
Semanas más tarde, leyendo el periódico, encontró las declaraciones del presidente Felipe Calderón, que insistía lo mismo. Que el sistema financiero mexicano no estaba en riesgo, y habrían de resistir porque la banca estaba fortalecida, además de que contaban con una política fiscal consolidada.
Sin embargo en la casa de ella, la crisis ya había pegado, contrariando el discurso oficial. Con apenas unos pesos que Ricardo traía, luego de cuidar coches, apenas alcanzaba para comprar un kilo de tortillas, frijoles, un trozo de queso.
Dice que apenas hace un par de días le llamó Churchill, desde Chicago, donde ahora se encuentra. Posiblemente encuentre trabajo en una armadora de autos. Nada más que su esperanza estriba en que el Congreso gringo, rescate a las empresas automotrices, casi en quiebra por la debacle financiera.
Una noticia tras otra. Todas negras como no se venían desde el Gran Crisis del 29. La ciudad de los rascacielos se derrumbaba, ahora sobre los errores de quienes manejan el dinero en el mundo. Inmobiliarias y bancos se declararon en bancarrota. En fin la economía se estrechó como angosta es la mítica calle que le dio nombre al sistema financiero en la gran metrópoli. Analistas de todo el orbe se aprestaron a explicar la catástrofe.
Que lo créditos hipotecarios de mala calidad se originaron en la competencia interbancaria para dominar el mercado estadounidense y que en esa lucha los bancos recurrieron a colocar créditos hipotecarios irresponsables, sin análisis de historial crediticio, sin comprobación de ingresos, sin enganche, etcétera.
El problema se agravó porque las mismas prácticas irresponsables se extendieron a los créditos al consumo: tarjetas de crédito, financiamiento de compras de automóviles y hasta créditos de colegiaturas universitarias, todo por conservar la llamada “american life”
Dow Jones & Company, decidió entonces prescindir de parte de su plantilla. Entre ellos se fue Pérez, quien llevaba cinco años en la compañía.
En Culiacán, Sinaloa, como cada mañana doña Teresa Pérez, se levantó a las 6 de la mañana a preparar el desayuno de sus hijos: Ricardo que va a la preparatoria, Eleonora, a secundaria, y Rafael, que trabaja como cuida-carros en un centro comercial.
Sólo tortillas con frijoles refritos. Así desde hace un mes, en que Churchill el mayor de sus hijos, dejó de enviarles la remesa en dólares que religiosamente llegaba desde hace casi cinco años. Ricardo, esta en un dilema. Estudiar administración de empresas en la Universidad local, carrera que cursa la mayoría, o seguir el camino del mayor de los hermanos, dice que éste, en la última ocasión que les llamó advirtió que un fuerte déficit de empleos, sobre todo para los latinoamericanos. En unos meses tendrá que decidir.
Una de esas mañanas, cuenta doña Teresa, prendió la televisión y se encontró al titular de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP), Agustín Carstens, reiterando que la quiebra del banco estadunidense Lehman Brothers no afectaría a México, dado que esta crisis financiera es diferente a otras.
Semanas más tarde, leyendo el periódico, encontró las declaraciones del presidente Felipe Calderón, que insistía lo mismo. Que el sistema financiero mexicano no estaba en riesgo, y habrían de resistir porque la banca estaba fortalecida, además de que contaban con una política fiscal consolidada.
Sin embargo en la casa de ella, la crisis ya había pegado, contrariando el discurso oficial. Con apenas unos pesos que Ricardo traía, luego de cuidar coches, apenas alcanzaba para comprar un kilo de tortillas, frijoles, un trozo de queso.
Dice que apenas hace un par de días le llamó Churchill, desde Chicago, donde ahora se encuentra. Posiblemente encuentre trabajo en una armadora de autos. Nada más que su esperanza estriba en que el Congreso gringo, rescate a las empresas automotrices, casi en quiebra por la debacle financiera.
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